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Escenarios


Con esto de la cuarentena, he tenido (como todos) mucho tiempo libre.  Así que me puse a pensar en el futuro de la colonización espacial, un tema que me ha apasionado desde mi más tierna infancia.Kraft Foods Gave Away a Real Spaceship Simulator in 1959 — Paleofuture


Esto no pretende ser un manual técnico, ni siquiera me detendré en los detalles ni en las hipotéticas tecnologías, ya que no es lo mío (además ustedes no entenderían un pomo). 
Como todos saben, en los viajes por el espacio, la velocidad es primordial.  En realidad en todos los viajes, ya que todo viaje es espacial.

¿Cuántos escenarios pueden darse en el futuro? Muchos.  No voy a detallar todos ellos, me limitaré a unos pocos, los más representativos a mi entender.

  1. No podemos alcanzar la velocidad de luz ni mucho menos.  ¿Cuánto tardaron en llegar de la Tierra a la Luna en la Apolo 11? Viajó poco más de 386.000 kilómetros desde la Tierra en una odisea que duró 76 horas. La sonda espacial New Horizons es la nave que ha alcanzado la mayor velocidad en la Tierra, durante el despegue hacia Plutón, con una marca de 58.356 km/h.  El récord absoluto de velocidad alcanzada por un objeto de fabricación humana recae en manos de la sonda espacial Helios 2. Fue lanzada en dirección al Sol para estudiar su actividad. Gracias a la atracción gravitatoria del astro consiguió alcanzar una velocidad de 252.800 km/h.  ¿Existe un motor que alcance esa velocidad y la mantenga durante el tiempo que dure el viaje? No.  Aún no, falta mucho.  Ponele que alcancemos una velocidad del 0,001% de la velocidad de luz, unos 1.079.251,2 km/h (o casi 300 km por segundo si lo prefieren), ese sería un avance significativo. Solo se tardaría en llegar a Marte entre 59 y 102 horas. Nada, unos pocos días.  ¿Salir a las estrellas? Olvidate.
  2. Se puede alcanzar la velocidad de la luz (299.793 kilómetros por segundo/17.987.520 por minuto/1.079.251.200 por hora) pero no superarla. Esta es la más fácil de calcular.  Si nos mantenemos dentro del Sistema Solar, esta velocidad está muy buena, podríamos llegar a Plutón (ponele) en solo 5 horas (más o menos y dependiendo la posición Tierra-Plutón). Solo se tardaría en llegar a Marte entre 197 y 340 segundos.  Ahora, llegar a las estrellas, es otro cantar. Todas las estrellas están a años-luz de distancia.  De esta forma, para llegar a nuestra vecina inmediata, Próxima Centauri, una hipotética nave tardaría 4 años y tres meses.  Un viaje largo. Supongamos que llegue y mande un mensaje "Vieja, llegamos bien", en la Tierra recién nos enteraríamos a los 8 años y 6 meses de la partida.  Un viaje a Wolf359 insumiría 7,8 años, a Sirius/Sirio 8,6 años, a TRAPPIST-1 (una estrella enana ultra-fría con varios planetas esperanzadores) un poco más de 39 años.  Y así. Habría que pensar en una nave con la tripulación dormida o una nave muy grande, con grandes espacios (generacional). Incluso en un asteroide modificado.  Solo para comparar, Magallanes estuvo 4 meses sin tocar tierra y fue un viaje terrible.
  3. Se puede alcanzar n veces la velocidad de la luz.  Y ahora si, la famosa velocidad warp de Star Trek. Todos esos viajes de años, se reducirían enormemente. Hay una serie de fórmulas matemáticas muy vistosas pero me pareció demasiado incluirlas (además soy un analfabeto matemático).  Así una velocidad de warp 2 equivale a 13 veces la velocidad de la luz, warp 3 equivale a 39 veces, warp 4.5 a 84 veces, warp 5 a 200 veces, warp 9 a 830 veces, y dale que te dale.  Muy lejos de nuestras capacidades actuales
  4. Hiperespacio.  El Hiperespacio sería una hipotética región conectada con nuestro universo gracias a los agujeros de gusano, y serviría como atajo en los viajes interestelares para viajar más rápido que la luz.   Se trata de no viajar por el espacio tal y como lo conocemos, sino en deslizarse fuera de este y viajar a través del espacio-tiempo y regresar a nuestro propio universo en algún punto lejos de donde iniciamos nuestro viaje.  Otros autores, como Asimov, describen el hiperespacio como una condición más que un lugar. El salto al hiperespacio sería en realidad un cambio de condición de la materia, que viajaría como una onda taquiónica. Al reaparecer en el espacio real, la onda colapsaría, restaurando la materia a su composición de mesones.  Que se yo.  Dependiendo del autor, se puede saltar casi instantáneamente de lugar a lugar, en otros hay que dar pequeños saltos,  consecutivos en puntos fijos (como si fuera hacer combinaciones en el subterráneo).  En ocasiones no son las naves las que acceden al hiperespacio directamente sino mediante agujeros de gusano o máquinas tipo "gomera" u honda que las impulsaría.  El escenario ideal y el más improbable por ahora.
Bueno, es todo por ahora, trataré de profundizar más en la cuestión.  Gracias.

Fragmento - La peste escarlata

El camino, de borroso trazado, seguía lo que en otro tiempo había sido el terraplén de una vía férrea que, desde hacía muchos años, ningún tren había recorrido. A derecha e izquierda, el bosque, que invadía e hinchaba las laderas del terraplén, envolvía el camino en una ola verde de árboles y matorrales. El camino no era otra cosa que un simple sendero, con anchura apenas suficiente para que dos hombres avanzaran de lado. Era algo así como una pista de bestias salvajes.

Aquí y allí se veían fragmentos de hierro oxidado que indicaban que, debajo de la maleza, seguía habiendo rieles y traviesas. En cierto punto, un árbol, al crecer, había levantado en el aire un riel entero, que quedaba al descubierto. Una pesada traviesa había seguido al riel, y seguía unida a él por medio de una tuerca. Debajo se veían las piedras del balasto, medio recubiertas de hojas muertas. El riel y la traviesa, enlazadas de aquel modo extraño, apuntaban hacia el cielo, fantasmagóricamente. Por vieja que fuera la vía férrea, se constataba sin dificultad, por su estrechez, que había sido de vía única.

Un anciano y un muchacho iban por el camino. Avanzaban con lentitud, ya que el viejo estaba doblado bajo el peso de los años. Un comienzo de parálisis hacía que sus miembros y sus ademanes temblequearan, y caminaba apoyado en su bastón.

Un gorro de piel de cabra le protegía la cabeza del sol. Por debajo de este gorro pendía una franja de ralos cabellos blancos, sucios y desgreñados.

Una especie de visera, ingeniosamente hecha con una ancha hoja curva, le protegía los ojos de un exceso de luz. Banjo esa visera, la mirada del pobre hombre, bajada hacia el suelo, seguía atentamente el movimiento de sus propios pies en el sendero. Su barba caía en greñas torrenciales hasta su cintura, y hubiera debido ser, igual que los cabellos, blanca como la nieve; pero, como ellos, testimoniaba una negligencia y una miseria extremas.

Un mísero vestido de piel de cabra, de una sola pieza, colgaba sobre el pecho y la espalda del viejo, cuyos brazos y piernas, lastimosamente descarnados, y cuya piel marchita- testimoniaban una edad muy avanzada. Las desolladuras y cicatrices que le cubrían los miembros, así como lo atezado de su piel, indicaban que hacía largo tiempo que aquel hombre estaba expuesto al choque-directo con la naturaleza y los elementos.

El muchacho andaba delante suyo, ajustando el ardoroso vigor de sus piernas a los pasos lentos del viejo que le seguía. También él tenía por única vestidura una piel de animal: un trozo de piel de oso de bordes desiguales, con un agujero central por el que se lo pasaba por la cabeza.

Aparentaba todo lo más doce años, y llevaba, coquetonamente colocada encima de una oreja, una cola de cerdo recién cortada.

Llevaba en la mano un arco de tamaño medio y una flecha, y en su espalda colgaba un carcaj lleno de flechas. De una funda que le pendía del cuello, sujeta por una correa, salía el mango nudoso de un cuchillo de caza. El muchacho era negro como una mora, y su modo ágil de moverse recordaba el de un gato. Sus ojos azules, de un azul intenso, eran vivos y penetrantes como barrenas, y su color celeste contrastaba extrañamente con la piel quemada por el sol que los enmarcaba.

Su mirada parecía saltar incesantemente hacia todos los objetos circundantes, y las aletas de su nariz palpitaban y se dilataban en un perpetuo acecho del mundo exterior, del que recogían ávidamente todos los mensajes. Su oído parecía igualmente fino, y estaba tan adiestrado que operaba automáticamente, sin ningún esfuerzo auditivo especial. Con toda naturalidad, sin la menor tensión adicional, su oído percibía, en la aparente calma reinante, los más leves sonidos, los distinguía unos de otros y los clasificaba: el roce del viento en las hojas, el zumbido de una abeja o una mosca, el rumor sordo y lejano del mar, que llegaba
atenuado en un débil murmullo, el imperceptible rascar de las patas de un pequeño roedor limpiando de tierra la entrada de su guarida...

De pronto, el cuerpo del muchacho se tensó en posición de alerta. El sonido, la visión y el olor lo habían advertido simultáneamente. Tendió la mano hacia el viejo, lo tocó, y ambos permanecieron inmóviles y silenciosos.

La peste escarlata, Jack London

Fragmento - MUJER DE PIE

—¡Michiko! —le grité al oído.
Mi esposa me miró, y la sangre le invadió las mejillas. Se pasó una mano por el cabello enredado.
—¿Viniste otra vez? No tendrías que hacerlo, en serio.
La empleada de la ferretería, que vigilaba el negocio, me vio. Con aire de fingida indiferencia, apartó los ojos y se retiró al fondo del local. Lleno de gratitud por su consideración, me acerqué unos pasos más a Michiko y la enfrenté.
—¿Te vas acostumbrando?
Reunió todas para lograr una sonrisa en el rostro endurecido.
—Mmmm. Estoy acostumbrada.
—Anoche llovió un poco.
Mirándome aún con ojos amplios, oscuros, asintió levemente.
—Por favor no te preocupes. Apenas si siento algo.
—Cuando pienso en ti no puedo dormir —dejé caer la cabeza—. Siempre estás de pie, afuera. Cuando pienso en eso, me resulta imposible dormir. Anoche hasta pensé en traerte un paraguas.
—Por favor, no hagas nada de eso —mi esposa frunció apenas el entrecejo—. Seria terrible que hicieras algo así.
Un camión grande pasó detrás de mí. El polvo blanco cubrió el cabello y los hombros de mi esposa con un tenue velo, pero a ella no pareció molestarle.
—En realidad estar de pie no es tan desagradable —habló con deliberada despreocupación, esforzándose por impedir que yo me preocupara.
Percibí un cambio sutil en las expresiones y el modo de hablar de mi esposa respecto a dos días antes. Parecía como si sus palabras hubiesen perdido algo de delicadeza, y como si el alcance de sus emociones se hubiese empobrecido hasta cierto punto. Observarla así, desde afuera, ver como se vuelve poco a poco inexpresiva, es aún más desolador por haberla conocido como era antes: las respuestas agudas, su alegre vivacidad, las expresiones ricas, plenas.
—Esa gente —le pregunté, señalando con los ojos hacia la ferretería—, ¿se portan bien contigo?
—Bueno, sí. Tienen buen corazón. Sólo una vez me dijeron que les pidiera cualquier cosa que necesitara. Pero aún no han hecho nada por mí.
—¿No tienes hambre?
Sacudió la cabeza.
—Es mejor no comer.
Eso es. Incapaz de soportar ser una mujergajo, esperaba convertirse en mujerárbol aunque fuera un solo día antes.
—Así que por favor no me traigas nada de comer. —Clavó los ojos en mí—. Por favor olvídame. Estoy segura de que incluso sin hacer ningún esfuerzo en especial, voy a olvidarte. Me alegra que hayas venido a verme, pero después la tristeza dura mucho más. Para los dos.
—Tienes razón, desde luego, pero... —Despreciando a ese ser que no podía hacer nada por su propia esposa, dejé caer otra vez la cabeza—. Pero no te olvidaré —hice un movimiento afirmativo con la cabeza. Llegaron las lágrimas—. No olvidaré. Nunca.
Cuando alcé la cabeza y la miré otra vez, ella tenía clavados en mí ojos que habían perdido algo de su brillo, con todo el rostro resplandeciendo en una sonrisa tenue como una imagen tallada de Buda. Era la primera vez que la veía sonreír así.

MUJER DE PIE, Yasutaka Tsutsui

Fragmento - CÁNTICO POR LEIBOWITZ


En aquel siglo había nuevamente naves espaciales, y las naves estaban tripuladas por imposibilidades peludas que caminaban sobre dos piernas y a las que les crecían mechones de cabello en inverosímiles regiones anatómicas. Eran una especie habladora. Pertenecían a una raza muy capaz de admirar su propia imagen en un espejo e igualmente capaz de cortarse su propio cuello ante el altar de cualquier dios tribal, tal como la deidad del Afeitado Diario. Era un espécimen que a menudo se consideraba, básicamente, una raza de fabricantes de herramientas de inspiración divina; cualquier ente inteligente de Arturo instantáneamente se habría dado cuenta de que eran básicamente una especie de apasionados oradores de banquete.

Era inevitable, era su destino manifiesto, presentían — y no por primera vez — que tal especie avanzaba a la conquista de las estrellas. Para conquistarlas varias veces, si era necesario, y para ciertamente hacer discursos sobre las conquistas. Pero también era inevitable que la especie sucumbiese otra vez a la vieja enfermedad en un nuevo mundo como antes había ocurrido en la Tierra, en la letanía de la vida y en la liturgia especial del hombre: versículos por Adán, respuestas del Crucificado.
Somos los siglos.
Somos los charlatanes y los fanfarrones, y pronto hablaremos de cortarte la cabeza. Somos tu coro de desperdicios, señor y señora, y marcamos el paso detrás de ti, cantando tonadas que algunos creen extrañas.
¡Un, dos, tres, cuat!
¡Izquierda!
¡Izquierda!
Te—ní—a—u—na—bue—na—es—po—sa—pe—ro—él.
¡Izquierda!
¡Izquierda!
¡Izquierda!
¡Derecha!
¡Izquierda!
Wir, como dicen en la vieja patria, marschieren weiter wenn alles in Scherben fällt.
Tenemos tus eolitos y tus mesolitos y tus neolitos. Tenemos tus Babilonias y tus Pompeyas, tus Césares y tus artefactos cromados (impregnados—de—ingrediente—vital).
Tenemos tus sangrientas hachas y tus Hiroshimas. Avanzamos, a pesar del infierno, hacemos...
Atrofia, Entropía y Proteus vulgaris.
Contando chistes obscenos acerca de una granjera llamada Eva y un agente de ventas llamado Lucifer.
Enterraremos a tus muertos y sus reputaciones. Te enterraremos a ti. Somos los siglos.
Nace, pues, respira viento, chilla al golpe del cirujano, busca la virilidad, prueba un poco de bondad, siente dolor, da a luz, lucha un poco, sucumbe.
(Al morir sal silenciosamente por la salida de atrás, por favor.)
Generación, regeneración, otra vez, otra vez, como en un ritual, con investiduras manchadas de sangre y manos sin uñas, hijos de Merlín persiguiendo un resplandor. Hijos también de Eva construyendo para siempre paraísos... y destrozándolos con furia enloquecida porque no resultan ser lo mismo. (¡Ah!, ¡ah!, ¡ah!, un idiota grita su necia angustia en medio de los desperdicios. ¡Pero aprisa! Que el coro lo apague, cantando aleluyas a noventa decibelios.)
Oíd, entonces, el último cántico de los hermanos de la Orden de San Leibowitz, como cantado por el siglo que se tragó su nombre:
V: Lucifer ha caído
R: Kyrie eleison
V: Lucifer ha caído
R: Christie eleison
V: Lucifer ha caído
R: Kyrie eleison, eleison ¡mas!
«Lucifer ha caído»; las palabras cifradas, enviadas eléctricamente a través del continente, eran susurradas en salas de conferencias, donde circulaban en forma de memorandos con el título de «Supreme secretissimo» y eran prudentemente ocultados a la prensa. Las palabras se alzaban como una marea amenazadora detrás de un dique de secreto oficial. Había varios agujeros en el dique, pero quedaban impávidamente obturados por los burocráticos mentores cuyos dedos índices se volvían excesivamente henchidos mientras esquivaban los proyectiles verbales disparados por la prensa.
Cantico por Leibowitz, Walter M. Miller

Fragmento - Un fantasma recorre Texas

Los melenudos tienen menos seso que el ganado de cuernos largos, y menos capacidad para sostenerse sobre los cuartos traseros. La mayoría de los melenudos perecieron en la guerra atómica, o fueron exiliados a ese corral para vacas enfermas, Circumluna, y a su teta indescriptible, el Saco. ¡A Dios rogando y marihuana fumando! Las batallas de El Álamo, San Jacinto, El Salvador, Sioux City, Schenectady y Saskatchewan...
(Frases entresacadas al azar del libro Cómo soportar y entender a los téjanos: sus fantasías, flaquezas, costumbres tradicionales e ideas fijas, tal como aparecen en sus escritos, Nitty-Gritty Press, Watts-Angeles, Peribluca Capicifa Gerna)
—Hijo, pareces un lejano de esos que han tomado hormonas pero han pasado hambre desde que nacieron. Como si tu mamá, que Lyndon la bendiga, hubiera levantado una pierna y te hubiera dejado caer en una gran bolsa negra, y después no hubieras tenido más que un mendrugo y un vasito de leche al mes.
—Cierto, noble señor. Me criaron en el Saco y soy un flaco —respondí al Gigante Corpulento, con voz semejante a un trueno lejano, que casi me hizo mojar los calzones, pues hasta entonces aquélla había sido de barítono alto.
Tuve la sensación de que estaba dando vueltas en una centrífuga cúbica, a razón de seis agobiantes lunagravs. Podía ver la rotación de la máquina, y la percibí en el oído interno hasta que mis sentidos, poco a poco, se adaptaron. Sobre la misma superficie en que me hallaba había dos gigantes y una giganta con ropas de vaquero, y también tres enanos descalzos, gibosos y morenos, vestidos con pantalón y camisa sucios. Todos ellos se mantenían hábilmente en equilibrio sobre los pies, conduciendo la centrífuga enérgicamente. Mientras tanto, bajo mi capa negra con capucha, yo permanecía encorvado como unos grandes alicates de filigrana de hueso y titanio, y trataba de poner en funcionamiento el motor de la rodilla izquierda de mi dermatoesqueleto. Éste, o corría alocadamente, o no respondía en absoluto a los impulsos mioeléctricos de los músculos
fantasmales de mi pierna izquierda.
Comprendí que el Gigante Corpulento debía de haberme visto sin la capa, puesta ésta, ahora, lo mismo podía ocultar un gordo, bajo y estirado, que a un flaco, alto y encorvado.
Tenía una vaga idea de cómo había desembarcado del «Tsiolkovsky». Cuando los melenudos te drogan para que adquieras aceleraciones de veinticuatro lunagravs, no emplean aspirina, aunque estés aprisionado entre colchones de agua, Pero sabía que fuera de la centrífuga se hallaba la base espacial y ciudad de Yellowknife, Canadá, Tierra.
Los dos extremos de la centrífuga y los dos costados contiguos (pero, ¿cuál era cuál?) estaban cubiertos con un mural de pueril simplicidad, compuesto de enormes vaqueros de color blanco tiza persiguiendo, sobre caballos como elefantes, a diminutos indios de color carmín, montados en caballitos como chihuahuas a través de un paisaje tachonado de cactus. Esta batalla de cucarachas y monstruos llevaba la inmensa firma de «Abuela Aaron». Las figuras y la escena parecían tan impropias de la helada Yellowknife como los trajes de mis acompañantes, que más bien deberían llevar pellizas esquimales y raquetas
para la nieve.
Pero ¿puede un novato, que ha pasado toda su vida en caída libre a unos miles de kilómetros de la madre Luna, opinar sobre las costumbres de la terrible Tierra? La superficie opuesta estaba repleta de cegadores rayos de sol, como un racimo de
estrellas transformándose en novas.
En una de las superficies contiguas había dos aberturas rectangulares adyacentes. Ambas tenían casi un metro de anchura, pero una tenía más de tres metros de altura y la otra menos de metro y medio. En vano me asomé a ellas por si veía pasar velozmente estrellas o segmentos de tierra; los rectángulos no eran sino compuertas que daban a otra parte de la centrífuga. No alcanzaba a comprender por qué había dos, y de forma y tamaño tan diferentes, donde una habría bastado.
Mientras trataba de engatusar al motor de mi rodilla para que funcionara como es debido y sentía en las axilas, los muslos, la entrepierna, etcétera, la cruel presión que los seis lunagravs centrífugos ejercían sobre las bandas de sujeción de mi dermatoesqueleto hundiéndomelas en la piel y los huesos, me preguntaba:
«Si es así como te endurecen en el ascenso a la Tierra, ¿qué aspecto tendrá la superficie desnuda de ese planeta?» Entre tanto hablé en voz alta, con el mismo tono profundo, sepulcral y casi inaudible que tan bien cuadraba con la apariencia de túmulo funerario cubierto de negro que me daba la protuberancia central de mi cabeza encapuchada. Y pedí:
—Tenga la bondad de guiarme al Registro de Reclamaciones Mineras de Yellowknife.
El Gigante Corpulento me miró con condescendencia. Realmente, conducía la centrífuga con serenidad; me asombró su habilidad para manejar con tanta indiferencia una masa por lo menos cinco veces mayor que la mía, dermatoesqueleto incluido. Los
tres enanos gibosos acechaban tras él con aprensión, y el temor les hacía fruncir el entrecejo bajo los grasientos cabellos negros. El Gigante Cuadrado —le bauticé con este nombre porque se distinguía por los hombros puntiagudos y las mandíbulas angulosas, como William S. Hart en los tiempos heroicos del cine— lanzó una mirada suspicaz desde mi abierto equipaje.
La giganta comenzó a alborotar. 
—¡Otra vez va hacia allá! —dijo con voz lastimera—. Intentaré servirle de azafata lo mejor que pueda. AI fin y al cabo, es usted nuestro primer visitante del espacio desde hace cientos de años. Pero se empeña en hablarme con voz atronadora como los demás extranjeros, los terribles rusos velludos y los africanos tamborileros. Y sigue vociferando misterios. En nombre de Jack, ¿dónde está Yellowknife? 
Fuera de su traje minifaldero y casi militar de vaquera tenía una larga cabellera rubia, y en su interior grandes senos, o un simulacro de ellos; pero su agitada estupidez refrenaba mi libido y también mi cordura. Recordé que mi padre me decía que las jovencitas que marchaban al frente de las bandas de música habían sido una de las plagas principales de la Tierra, junto con los atletas comunistas de cualquier sexo vestidos de mujer.
—Aquí —grité con voz estruendosa a través de la capucha—. Justamente aquí, donde el «Tsiolkovsky» me desembarcó en órbita directa desde Circumluna. A propósito: no soy ruso, sino de ascendencia anglosajona, si bien es verdad que en Circumluna hay tantos rusos como americanos.

Un fantasma recorre Texas, Fritz Leiber

Fragmento - Yui


El adolescente delgado hincó ambas tablas de surf en la arena.
—Debe haber mil familias —miró en derredor.
Su compañero, más bajo y grueso, se sentó a la sombra de las tablas y puso ante sí doce cartones de refresco diferentes.
—Por eso a ella le gusta este domo —le tendió un cartón al otro—. Es para familias. Está bien criada.
—Si no viene hoy, nos rendimos —el delgado se dejó caer en la arena y aceptó el refresco—. El destino no quiere que suceda.
—Dices eso porque te aburres esperando—el gordo abrió su bebida—. Pero hoy alquilamos tablas.
—Aquí en el Getotsu sólo ponen la máquina de olas tarde en la noche.
—Mientras tanto, bebe y espera.
Se tomaron cuatro refrescos antes de volver a hablar.
—¿Qué tal esos sabores nuevos? —preguntó el flaco.
—Orina de perro. Oye, ¿y si vemos el feed?
—No. Estoy harto de verla en imagen, quiero verla de cerca.
El gordo se recostó sobre un lado.
—Yo también quiero verla de verdad, respirar el mismo aire —suspiró—. Pero no por eso me canso de ver su feed.
—Toma —el flaco se sacó un collar del que pendía un pod—, sé feliz.
—Si no gastara tanto en comida —el otro tomó el aparato—, podría pagarme una cuenta de feed.
—El mío es pirata, barato.
Concentrado en teclear, el adolescente no respondió. Después se dio vuelta y proyectó el haz del pod contra la tabla de surf.
—Buen truco —dijo el dueño.
—Con luz de playa, los holos no se ven bien en el aire.
El gordo graduó la imagen para máxima amplitud.
—Dioses, es perfecta —se extasió—. Vamos, no te hagas el duro.
La barbilla del otro bajó hasta el pecho.
—¿Dónde estará? —se preguntó el gordo—. Ha entrado por una puerta y dejó a toda la tropa fuera… parece la puerta de un vestidor.
El giro del flaco fue tan violento que cubrió al amigo de arena.
—¿Dijiste que un vestidor?
—Nunca muestra nada —dijo el gordo, malicioso, y se sacudió.
—¡No seas grosero! Además, eso no importa. ¿No te das cuenta? Es un vestidor. ¡Un vestidor de domo-playa!
En la imagen, dos chicas asiáticas conversaban ante un vestidor sobre cuya puerta se leía “Feliz en el domo playa Getotsu”. Los amigos se acercaron a la proyección.
—Ya salió —dijo el gordo—. Oh, Amitaba-sama, gracias te damos por los trajes de dos piezas…
—Deja oír… está hablando.
Ambos acercaron las cabezas al pod.
—¡Van a su colina! —exclamaron al unísono.
Se pusieron de pie, volcando tanto los refrescos como las tablas de surf, y echaron a correr hacia el otro extremo de la media luna que era la playa artificial. En el apuro, no prestaron atención a las protestas de las familias a las que sus zancadas cubrían de arena.
—¡Hay alguien arriba! —jadeó el gordo—. ¡En la colina!
El delgado apretó los dientes y el paso.
En la cima de una pequeña colina había una niña de seis años y un magnífico fuerte de arena, al parecer modelado a partir del Castillo de Osaka en la era Sengoku. La construcción cayó ante la embestida del adolescente delgado, la niña se echó a llorar mientras el chico terminaba con el castillo a patadas.
—¡Mamá, papá! —clamó la niña, al ver a una pareja subir la pendiente.
—Llévense a su mocosa a otra parte —el adolescente adoptó una pose retadora, viril—. Ésta es la colina de Yui-san.
—¡Yo hice el castillo para ella! —dijo la niña entre sollozos—. ¡Papá, él rompió el castillo de Yui-san!
La madre se apresuró a consolarla mientras el padre, un treintañero en excelente forma física, saltaba sobre el chico y le ponía ambas manos al cuello.
—Gamberrito de mierda —masculló—, te salvas porque está aquí la niña.
Las manos del jovencito aferraron los antebrazos que lo atenazaban.
—Que se la lleve la mamá —dijo con presumida frialdad—, que no vea…
Un empujón lo hizo caer, rodar pendiente abajo, quedar tendido cuan largo era en la base de la colina. La arena redujo el impacto, pero la sacudida lo dejó tan atontado que demoró en abrir los párpados y enfocar la vista.

Yui, Juan Pablo Noroña Lamas

Fragmento - Todos sobre Zanzíbar

Port Moresby, Nueva Guinea: hoy embarcaron para Gongilung en este puerto varios cientos de hombres y mujeres sometidos a prohibición de procrear por la legislación eugénica local. Esperan poder recibir allí el tratamiento de Sugaiguntung. Al describir la ola de histeria que ha barrido el país, los observadores han recordado la explosión de las religiones minoritarias del siglo pasado.

Atenas, Grecia: en un atrevido golpe publicitario, agentes del famoso ídolo televisivo Héctor Yannakis anunciaron hoy su voluntad de ayudar a optimizar la población por sí mismo, siempre y cuando las chicas que soliciten sus servicios sean "razonablemente atractivas". La ola de protestas levantada por su mal gusto, según dicen, ha quedado ahogada por la reacción clamorosa de sus fans.

-¿Cien mil dólares y sin garantía de que funcione? ¡En Yatakang lo hace la Seguridad Social!

Alice Springs, Australia: aquí los hospitales están atestados de indígenas desconsolados, a quienes hizo creer el predicador fanático Napoleón Boggs que podían tener hijos de piel blanca por encargo, según noticias recientemente confirmadas por él. Algunos han viajado a pie ciento cincuenta kilómetros, inútilmente. Boggs declaró esta mañana que era su modo de dramatizar la categoría social, aún inferior, de los aborígenes en la Australia moderna.

-¡Mírate bien, estúpido!. No sirve para nada que digas que lo sientes... ¡era un regalo caro, y cuando le diga a la tía Mary que lo has roto el primer día se enfurecerá! ¿Por qué se me ocurriría formar una familia antes de asegurarme de que mis hijos podrían cuidar de sí mismos?

Tokio, Japón: a pesar de la incesante actividad de la policía, la ola de suicidios públicos por parte de los hombres a quienes se prohibe la paternidad por inferioridad genética continúa en todos los templos shinto importantes de la ciudad. En un templo que se cerró al público después de cinco incidentes de tal naturaleza, un hombre consiguió subirse al tejado, a veinte metros del suelo, y tirarse de cabeza desde una cornisa.

Portland, Oregón: esta mañana, guerrilleros armados con termita, napalm y explosivos atacaron las oficinas locales del Tribunal de Selección Eugénica a plena luz del día. Al hacer su aparición la policía, la multitud, entre vítores, facilitó la huida de los guerrilleros bloqueando con sus cuerpos las calles e impidiendo el paso de los coches patrulla.

-Bien, una de las técnicas que los expertos dicen que se van a usar en Yatakang es la que denominan de clones, que consiste en tomar el núcleo de una de las células del cuerpo femenino e implantarlo en un óvulo de la misma mujer para que crezca. Si eso es posible, ¿por qué no voy a poder tener un hijo tuyo? ¡No hace falta que intervenga ningún macho de mierda!

Moscú, Rusia: estudiantes de la universidad local, miembros de la promoción que debía graduarse este verano y someterse a continuación a una de las alternativas normalizadas, esterilización o desplazamiento a una de las Ciudades Nuevas de Siberia, han protagonizado una sentada durante todo el día en el laboratorio principal de investigación biológica, en protesta por el atraso de Rusia con respecto a un país relativamente subdesarrollado tecnológicamente, como es Yatakang, en el campo esencial de la tectogenética.

Munich, Alemania: en un mitin multitudinario, Gerhard Speck, dirigente del poderoso Batallón de Pureza Aria, ha declarado que de no haber sido por la integración de Alemania en la Europa Comunitaria el país podría haberse repoblado hace tiempo con una raza nórdica pura, "sin mestizaje ni contaminación extranjera".

-Lo he abortado. Los americanos consideran que unos genes como los tuyos son suficientemente graves para hacer ilegal su transmisión. No voy a concebir otro, ni contigo ni con nadie. El segundo que tenga va a estar optimizado, como hacen ahora en Yatakang.

Washington, D.C.: en la conferencia de prensa, el Presidente ha afirmado esta mañana que sus consejeros consideran el programa de optimización de Yatakang un simple gesto propagandístico, "una fanfarronada que ni siquiera un país mucho más rico como el nuestro podría soñar en conseguir este siglo".

París, Francia: el presidente en curso del Gobierno de la Europa Comunitaria, Dr. Wladislaw Koniecki, de Polonia, ha declarado que la pretensión de Yatakang no está fundada en la realidad, siendo "un programa que ni siquiera la riqueza combinada de todos nuestros países podría hacer posible".

-¡Ese sangrón de funcionario de mierda de la Oficina Eugénica! ¡Apuesto a que tiene un genotipo tan sucio que se podría usar de esterilla para los pies! Y apuesto a que tiene hijos... una persona en su posición puede arreglar las cosas, ¿no?

Caracas, Venezuela: apartándose espectacularmente de sus normas anteriores, representantes de la Agencia Olive Almeiro, el mundialmente famoso servicio de adopción de Puerto Rico, han anunciado que disponen de óvulos castellanos puros procedentes de fuentes españolas, dispuestos a ser embarcados en exprés para cruzar el océano en congelación y ser implantados en la "madre". Esto viene a confirmar las predicciones, dignas de crédito, según las cuales la legislación de Puerto Rico va a suponer un golpe mortal para las operaciones de los criadores de niños en todos los EE. UU.

Madrid, España: el Papa Eglantine ha denunciado el programa de Yatakang como una nueva interferencia blasfema con la obra divina, y ha prometido la condenación eterna para cualquier católico de Yatakang que acepte el plan del gobierno. Un decreto de emergencia del Partido Monárquico impondrá la pena de muerte para las donantes de óvulos para exportación, si las Cortes lo aprueban mañana.

-Querida, ¡estás diciendo tonterías! No, no tenemos a Shalmaneser; muy bien, pero tenemos unos equipos de ordenadores de los mejores del mundo, y han procesado esta mañana un programa y resultó que los yatakangis probablemente no pueden mantener su promesa. Todo el asunto es un farol... No me estás escuchando, ¿verdad? ¿De qué sirve hablar?

El Cairo, Egipto: dirigiéndose a una expedición de peregrinos que iban a la Meca para cumplir el haff, un portavoz del gobierno ha denunciado el programa de optimización de Yatakang como "una mentira descarada".

La Habana, Cuba: en un mitin de conmemoración del aniversario de la muerte de Fidel Castro, el ministro cubano de Salud Pública y Paternidad ha acusado al gobierno de Yatakang de "engañar deliberadamente a las clases bajas de todo el mundo", y los abucheos del auditorio le obligaron a abandonar el estrado.

-Carajo, Frank, ¡nunca perdonaré a esos sangrones! Aquí estamos, metidos en esta ciudad dejada de la mano de Dios, y podríamos habernos quedado en casa entre nuestros amigos y, aunque no hubiéramos podido utilizar el núcleo de una de tus células, podríamos haber tomado el de una de las mías y por lo menos tendríamos una hija, ¿no?

Port Mey, Beninia: en un discurso conmemorativo del Día de la Independencia, durante el cual anunció que sus médicos le concedían sólo un tiempo de vida escaso, el presidente Obomi -que carece de descendencia- declaró que, con o sin el tratamiento de Yatakang, no hubiera podido desear una familia mejor que el pueblo que ha dirigido durante tanto tiempo.

Todos sobre Zanzíbar, John Brunner

Fragmento - Pequeño peón escarlata


Hull se ha trabado con el quicio del umbral y el saliente marco de la puerta de entrada. No es casual. A lo largo de la escalera y el pasillo ha hecho lo imposible por estorbar. Intenta zafarse, mete las piernas en rincones, tuerce el tronco. Inútilmente, pues le llevo treinta kilogramos de músculo y además me impulsa una rabia inmensa; sin embargo consigue irritarme sobremanera. Al punto que saco mi Steyr Cinco-Siete con la izquierda y apunto a su muslo.
 
Un disparo a la cabeza te matará sin dolor le advierto. Dos o tres al vientre o a un miembro, de momento sólo te debilita y mi trabajo es más fácil. Pero duele mucho.
 
Hull se queda petrificado por unos segundos, mirándome con espanto. Cuando escucha el primer clic en falso del disparador se echa a llorar. Pero al menos se afloja, ya es una carga fácil y de un tirón lo meto en el pasillo de entrada al recinto.
 
Entonces mi superior inmediato, el capitán Preczik, intenta convencerme de que en el caso Hull se impone un trato específico por razones de bien general. Estamos los dos solos en su despacho. Él se levanta tras su buró, lo rodea para venir hasta mí y me pone un brazo paternal sobre los hombros, en esa forma afablemente dominante de los hombres muy grandes y de voz estentórea.
 
Hortah, debe entender me dice. Hull no es cualquier hijo de vecino… esa mente suya tiene mucho que dar, no sé si me explico. Hay que castigarlo, pero no podemos tirar ese maravilloso cerebro a la morgue, por más que sea lo correcto y legal.
 
Yo aprieto los puños y me afirmo en el lugar, negado a caminar según me empuja el brazo de Preczik tendido sobre mis hombros, en dirección a la ventana que nos ofrece una espléndida vista de Arcoiris. El centro de HiperViena parece hecho a la idea que Dios tendría de una ciudad y cualquiera creería que su grandiosidad no tiene espacio para miserias ni iniquidades. Sin embargo, en algún lugar de esta inmensa ciudad desplegada frente a nosotros está Hull, un tramposo y asesino, esperándome. Quizás solo en una habitación oscura, quizás rodeado por el silencio incómodo de personas que no se acercan a expresarle simpatía pero tampoco tienen el coraje moral de condenarlo hasta las últimas consecuencias. No puede huir, porque tiene un neutralizador colgado al cuello, y agoniza en la duda. ¿Lo llevaré arrestado al Palacio de Justicia, a que otros determinen su castigo, o haré uso de mi derecho oficial a matarlo como al asesino de un policía que es?
 
En cualquier caso, Hull sigue vivo allá fuera, en algún sitio de esta Viena que por su causa ya no puedo mirar como antes, y Mohacsy está muerto.
 
He hablado con mucha gente que apreciaba a Mohacsy prosigue Preczik, y todos son de la opinión de que no les gustaría una venganza irracional, mucho menos si a la larga perjudica al país. Sí, así es como ve las cosas la gente que lo quería.
 
Pequeño peón escarlata, Juan Pablo Noroña Lamas

Fragmento - EL VIAJE DEL BEAGLE ESPACIAL

Coeurl merodeaba sin pausa. La noche oscura, sin luna, casi sin estrellas, se resistía ante el alba rojiza y lúgubre que se arrastraba por la izquierda. Era una luz vaga que no daba ninguna sensación de calor. Poco a poco, esa luz fue mostrando un paisaje de pesadilla.
Alrededor de Coeurl cobraron forma unas piedras negras, melladas, y una llanura negra y sin vida. Por encima del horizonte grotesco miraba un sol rojo pálido. Unos dedos de luz hurgaban entre las sombras y aún no había rastros de la familia de criaturas de id que llevaba siguiendo casi cien días.
Finalmente se detuvo, enfriado por la realidad. Sus enormes patas delanteras se sacudieron con un movimiento que arqueó cada afilada garra. Los gruesos tentáculos que le salían de los hombros ondularon, tensos. Torció la voluminosa cabeza de gato a un lado ya otro, mientras los zarcillos parecidos a pelos que formaban cada oreja vibraron frenéticamente, probando cada brisa, cada latido en el éter.
No hubo respuesta. No sentía ningún cosquilleo en el complejo sistema nervioso. No había ningún indicio de la presencia de las criaturas de id, su única fuente de alimento en ese planeta desolado. Desesperado, Coeurl se agazapó, una enorme figura felina recortada contra la línea débil y rojiza del horizonte, como un deforme grabado de un tigre negro en un mundo sombrío. Lo que más lo mortificaba era que había perdido el contacto con ellas. Tenía un equipo sensorial que normalmente podía detectar id orgánico a kilómetros de distancia. Admitía que él ya no era normal. Su repentina imposibilidad de mantener aquel contacto indicaba una crisis física. Era la enfermedad mortal de la que había oído hablar. Siete veces en el último siglo había encontrado coeurls demasiado débiles para moverse, con los cuerpos normalmente inmortales consumidos y condenados por la falta de alimento. Entonces, con avidez, les había aplastado los cuerpos entregados y les había sacado todo el id que aún los mantenía con vida.
Coeurl se estremeció de entusiasmo recordando esas comidas. Entonces lanzó un gruñido audible, un sonido desafiante que vibró en el aire y sonó y resonó entre las piedras mientras le recorría los nervios de la espalda. Era una expresión instintiva de su voluntad de vivir.
Y de repente se puso tieso. Por encima del lejano horizonte vio un punto diminuto que brillaba. El punto se acercó. Creció rápidamente y fue una enorme pelota de metal que se transformó en una nave gigantesca y redonda. El inmenso globo, brillante como plata bruñida, pasó silbando por encima de Coeurl, reduciendo la velocidad de manera visible. Se alejó sobre unas negras colinas que había por la derecha, flotó casi inmóvil durante un segundo y después descendió perdiéndose de vista.
Coeurl salió disparado de su asustada inmovilidad. Con velocidad felina, bajó corriendo entre las piedras. En sus ojos redondos y negros ardía un deseo desesperado. Los zarcillos de las orejas, a pesar de la falta de energías, vibraron recibiendo un mensaje de id en tales cantidades que las punzadas de hambre hicieron que le doliera el cuerpo.
El sol distante, ahora tirando a rosa, estaba alto en el cielo púrpura y negro cuando Coeurl se arrastro saliendo de entre unas piedras y miró desde las sombras las ruinas de la ciudad que se extendía allá abajo. La nave plateada, a pesar de su tamaño, parecía pequeña ante la enorme extensión de la ciudad desmoronada y desierta. Pero alrededor de la nave había una sensación de vida contenida, una inactividad dinámica que, después de un rato, empezó a destacarse, dominando el primer plano. La nave descansaba en una cuna hecha por su propio peso en la llanura rocosa y resistente que empezaba bruscamente en las afueras de la metrópoli muerta.
Coeurl observó a los dos seres bípedos que habían salido del interior de la nave. Andaban cerca del pie de una escalera mecánica que habían hecho descender desde una abertura brillantemente iluminada a unos treinta metros por encima del suelo. La necesidad perentoria engrosó la garganta de Coeurl. El impulso de salir corriendo y aplastar a esas criaturas de aspecto endeble le oscurecía el cerebro.
Unos jirones de recuerdo detuvieron ese impulso cuando todavía no era más que electricidad corriéndole por los músculos. Era un recuerdo del pasado distante de su propia raza, de máquinas que podían destruir, de energías más potentes que todas las
fuerzas de su propio cuerpo. El recuerdo enveneno los depósitos de su fortaleza. Tuvo tiempo de ver que los seres llevaban algo puesto encima de sus cuerpos verdaderos, un material brillante y transparente que relucía y destellaba bajo los rayos del sol. La astucia permitió a Coeurl entender la presencia de aquellas criaturas. Aquello, razonó por primera vez, era una expedición científica que venía de otra estrella. Los científicos investigarían y no destruirían. Los científicos se abstendrían de matarlo si no los atacaba. Los científicos, a su manera, eran tontos. Envalentonado por el hambre, salió del escondite. Vio que las criaturas advertían su presencia. Se volvían hacia él y miraban. Las tres que estaban más cerca de él regresaron despacio hacia grupos más grandes. Un individuo, el más pequeño de su grupo, sacó una barra opaca de metal de una funda que llevaba en el costado del cuerpo y la sostuvo con tranquilidad en una mano. Ese acto alarmó a Coeurl, que sin
embargo siguió corriendo. Era demasiado tarde para volver. Elliott Grosvenor se quedó donde estaba, detrás de todo, cerca de la escalera. Se estaba acostumbrando a quedarse en segundo plano. Como único nexialista a bordo del Beagle Espacial, durante meses había sido ignorado por especialistas que no entendían bien qué era un nexialista ya los que tampoco les importaba demasiado. Grosvenor tenía planes para rectificar eso. Hasta el momento no se había presentado la oportunidad. El comunicador que llevaba en la cabeza del traje espacial se activó de repente. Por él se oyó la suave risa de un hombre
que dijo:
- Yo, personalmente, no me voy a arriesgar con algo tan grande.
Grosvenor reconoció la voz de Gregory Kent, director del departamento de química.
Hombre de poca estatura, Kent tenía gran personalidad. En la nave contaba con numerosos amigos y partidarios, y ya había anunciado su candidatura a director de la expedición para las siguientes elecciones. De todos los hombres que estaban ante el
monstruo que se iba acercando, Kent era el único que había sacado un arma. Ahora acariciaba el largo y delgado instrumento de metalita.
Se oyó otra voz. El tono era más grave y más relajado. Grosvenor reconoció que era la voz de Hal Morton, director de la expedición.
- Ésa es una de las razones por la que está en este viaje - dijo Morton -. Porque deja muy pocas cosas libradas al azar.
Grosvenor vio que Morton se adelantaba, colocándose un poco por delante de los demás. Su cuerpo fuerte se destacaba, enfundado en el traje transparente de metalita.
Desde aquella posición, el director miró cómo se acercaba la bestia felina por la llanura de piedras negras. Los comentarios de otros jefes de departamento golpetearon en las orejas de Grosvenor a través del comunicador.
- No me gustaría nada encontrarme con esa criatura en un callejón una noche oscura.
- No diga tonterías. Es obvio que se trata de un ser inteligente. Quizá un miembro de la raza dominante.
- Su desarrollo físico - dijo una voz que Grosvenor identificó como perteneciente a Siedel, el psicólogo - sugiere una adaptación de tipo animal a su medio ambiente. Por otra parte, venir hacia nosotros como lo está haciendo no es el acto de un animal sino de un ser inteligente que sabe de nuestra inteligencia. Ustedes pueden advertir lo agarrotados que son sus movimientos. Eso denota cautela y conciencia de nuestras armas. Me gustaría observar bien las terminaciones de esos tentáculos de los hombros. Si consisten en apéndices, manos o ventosas, podemos empezar a suponer que desciende de los
habitantes de esta ciudad. - Hizo una pausa -. Sería muy útil establecer comunicación con él. Pero a simple vista yo diría que ha degenerado hasta un estado primitivo.
Coeurl se detuvo cuando aún estaba a tres metros de los seres más cercanos. La necesidad de id amenazaba con abrumarlo. Su cerebro flotó hasta el feroz filo del caos, donde le costó un terrible esfuerzo detenerse. Sentía como si tuviera el cuerpo bañado por un líquido fundido. La visión era cada vez más borrosa.
La mayoría de los hombres se acercaron. Coeurl vio que lo estaban examinando con franca curiosidad. Movían los labios dentro de los cascos transparentes que llevaban puestos. Su forma de intercomunicación - suponía que era eso lo que sentía - le llegaba en una frecuencia que estaba dentro de su capacidad de recepción. Los mensajes eran ininteligibles. En un esfuerzo por parecer amistoso, transmitió su nombre desde los zarcillos de las orejas, señalándose al mismo tiempo con un tentáculo.
Una voz que Grosvenor no reconoció dijo arrastrando las palabras:
- Morton, cuando movió esos pelos oí una especie de estática en mi radio. ¿Cree usted que...?
El uso por parte de Morton del nombre de quien había hablado, lo identificó. Gourlay, jefe de comunicaciones. Grosvenor, que estaba grabando la conversación, se alegró. La llegada de la bestia quizá le permitiría obtener grabaciones de todos los hombres importantes que iban abordo de la nave. Era algo que trataba de hacer desde el principio.
- Ah - dijo Siedel, el psicólogo -, los tentáculos terminan en ventosas. Si el sistema nervioso es suficientemente complejo podría, con la necesaria capacitación, manejar cualquier máquina.
- Creo que lo más conveniente es que entremos en la nave y comamos - dijo el director Morton -. Después nos pondremos a trabajar. Quiero que se haga un estudio sobre el desarrollo científico de esta raza, sobre todo qué fue lo que la destruyó. En la Tierra, al principio, antes de que hubiese una civilización galáctica, las diversas culturas alcanzaban la cima y después se desmoronaban. Del polvo siempre brotaba una nueva. ¿Por qué no sucedió lo mismo aquí? A cada departamento se le asignará un campo especial de investigación.
- ¿Y el gatito? - dijo alguien -. Me parece que quiere venir con nosotros.
Morton se rió entre dientes.


EL VIAJE DEL BEAGLE ESPACIAL, A. E. Van Vogt