Mostrando las entradas con la etiqueta Poul Anderson. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Poul Anderson. Mostrar todas las entradas

Fragmento - Escudo invulnerable

Por un instante, mientras recorría con la vista aquella fabulosa ciudad, algo parecido a un sentimiento de terror, le dejó sobrecogido. ¿Qué haría entonces?
Enrojecido por la neblina, el sol se ocultaba ya tras un Centro cuya gigantesca mole oscura contrastaba contra el cielo, donde los diversos ingenios aéreos de la época se entrecruzaban como moscas de agua. La totalidad del horizonte se hallaba poblado de enormes torres y colosales construcciones. Koskinen comprobó que la proximidad del gran Centro, era sólo una ilusión de sus sentidos. Los grandes edificios se hallaban aparte y a distancia, separados y rodeados por un enjambre de almacenes, factorías y casas de habitación de corte modesto. Los túneles de transporte urbano se entretejían por doquier rugiendo con el inmenso tráfico de las calles, brillando los vehículos con los últimos rayos del sol poniente. A nivel más bajo, aún se advertía una enmarañada red de calles, cintas transportadoras y monorrieles. En las primeras sombras del atardecer y bajo los muros, las luces acababan de encenderse, uniéndose al parpadear de las del tráfico rodado, las de las ventanas, las lámparas de alumbrado de las aceras y trenes. El silencio en aquella habitación a cien
pisos de altura sobre el suelo, convertía el espectáculo en algo irreal, como un reflejo de un planeta extraño.
Bruscamente, Koskinen cerró el noticiario que se le proyectaba en una de las pareces de la habitación. No le gustaban en absoluto los discos que se le ofrecían, ni incluso las danzas de Hawai, ni los bailes de última moda de los cabarets de París que tanto le habían fascinado aquella mañana.
«Mejor es dejarse de sombras —pensó—. Deseo algo que pueda tocar, paladear y oler con mis propios sentidos. ¿Como qué, por ejemplo?»
Allí tenía las propias facilidades que le brindaba el hotel, en el jardín las piscinas, el gimnasio, los bares, restaurantes y casi todo lo que pudiera elegir para comprar o alquilar. Podía permitirse el lujo de tomarlo todo de primera categoría, con la paga de cinco años en el bolsillo.
Además, allí estaba la propia superciudad en sí misma, con sus infinitos atractivos. Podía muy bien tomar una estratonave que le condujese rápidamente a cualquier ciudad occidental del país, o alquilar un aparato rápido y trasladarse a cualquier parque nacional y pasar la noche junto a un lago o un hermoso bosque. O...
¿Qué? —se preguntó a sí mismo—. Puedo pagarlo todo, excepto la compañía de un amigo. Y... ¡Dios Santo! He perdido ya así veinticuatro horas. Ahora comprendo lo triste y solitario que es tener que pagarlo todo...
Se aproximó al teléfono. «Llámame —le había, dicho Dave Abrams— al edificio de Centralia, en Long Island. Aquí tienes el número de mi teléfono. Nuestra casa siempre cuenta con un sitio para alguien más y Manhattan sólo está a unos cuantos minutos más allá, con agradables lugares para pasarlo bien. Por lo menos, así era hace cinco años. Estoy seguro que puedo asegurarte, al menos, los estupendos pasteles de queso que hace mi madre».
Koskinen dejó caer la mano. Todavía no. La familia Abrams tenía derecho a su vida privada y necesitaba tiempo para conocer a su hijo. Media década en un planeta extraño podría haberle cambiado mucho. El representante del Gobierno que había acudido a esperarles en el Aeropuerto Goddard, había notado lo excesivamente tranquilo que parecía, como si toda la quietud de Marte se hubiera infiltrado en su espíritu. Por otra parte, su propio orgullo le impedía hacerlo. No tenía derecho a interrumpir la vida amable de sus semejantes, como si se encontrase en la Tierra igual que un niño perdido en el bosque.
En condiciones similares se hallaba frente a sus demás compañeros de tripulación. Sólo que ellos tenían una ventaja sobre él. Todos eran mayores en edad y tenían sus hogares y parientes. Había incluso dos que se habían casado. Pero Koskinen no tenía a nadie. La catástrofe de la guerra había hecho desaparecer su casa, allá al norte de Minnesota, donde había vivido de niño. El Instituto se hizo cargo del pequeño huérfano de ocho años y le había llevado interno a un orfanato donde se había criado y educado con varios centenares más, igualmente seleccionados con un alto coeficiente de inteligencia, previos los tests oportunos. Fue algo duro. No es que la escuela en sí fuese mala, puesto que hicieron lo imposible por suplirle la falta de su familia, ya que el país necesitaba desesperadamente un gran número de mentes bien entrenadas y a una prisa loca. Koskinen obtuvo su grado de licenciado en Ciencias Físicas a la edad de dieciocho años, y un título menor de Ciencias Simbólicas. En el mismo año, las autoridades astronáuticas aceptaron su solicitud para la novena expedición a Marte, la única que permanecería el tiempo suficiente para aprender decididamente algo
sobre los marcianos, y para tal destino salió embarcado en seguida.

Escudo invulnerable, Poul Anderson

Fragmento

Una forma llegó brincando sobre Cloudmoor. Tenía dos brazos y dos piernas, pero las piernas eran largas y terminaban en zarpas, y estaba cubierto de plumas hasta el extremo de una cola y anchas alas. El rostro era medio humano, dominado por sus ojos. Si Ayoch hubiese sido capaz de erguirse del todo, hubiera llegado al hombro del muchacho.
La muchacha se puso en pie.

- Lleva un bulto - dijo.
Su visión no estaba hecha para el crepúsculo como la de un ser nacido en el septentrión, pero había aprendido a utilizar todas las señales que sus sentidos le proporcionaban. Aparte del hecho de que normalmente un puk hubiera volado, había cierta pesadez en su apresuramiento.
- Y llega del sur - dijo el muchacho con visible excitación, repentina como una verde llama que cruzara la constelación Lyrth. Descendió rápidamente por la ladera del túmulo -. ¡Ohoi, Ayoch! - gritó -. ¡Soy yo, Mistherd!
- Y Sombra-de-un-Sueño - rió la muchacha, siguiéndole.
El puk se paró. Respiró más ruidosamente que la vegetación que susurraba a su alrededor. En el lugar en que se había detenido se alzó un olor a hierba aplastada.
- Saludos en el umbral del invierno - silbó -. Podéis ayudarme a llevar esto a Carheddin.
Levantó lo que portaba. Sus ojos eran fanales amarillos encima. El bulto se movió y gimió.
- ¡Es un niño! - dijo Mistherd.
- Lo mismo que lo fuiste tú, hijo mío, lo mismo que lo fuiste tú. ¡Jo, jo, qué proeza! - alardeó Ayoch -. Eran muchos en el campamento de Fallow wood, armados, y además de máquinas de vigilar tenían perros grandes y feos, de guardia mientras ellos dormían. Sin embargo, me acerqué por el aire, después de haberles espiado hasta que supe que un puñado de polvo...
- ¡Pobrecillo! - Sombra-de-un-Sueño cogió al niño y lo apretó contra sus menudos pechos -. Tienes mucho sueño, ¿verdad? - Ciegamente, el niño buscó un pezón. Ella sonrió a través del velo de sus cabellos -. No, soy demasiado joven, y tú eres ya demasiado mayor. Pero, cuando despiertes en Carheddin debajo de la montaña, tendrás un banquete.
- Yo, ah - dijo Ayoch muy suavemente -. Ella está fuera y ha oído y visto. Está llegando.
Se agachó, con las alas plegadas. Al cabo de unos instantes Mistherd se arrodilló, y lo mismo hizo Sombra-de-un-Sueño, aunque no soltó al niño.
La alta forma de la Reina bloqueó las lunas. Miró en silencio a los tres y a su botín. Los sonidos de la colina y del páramo dejaron de existir para ellos hasta que les pareció que podían oír sisear las luces del norte.
Finalmente, Ayoch susurró:
- ¿Lo he hecho bien, Estrellamadre?
- Si has robado un niño de un campamento lleno de máquinas - dijo la hermosa voz -, es que eran gente del lejano sur que podría no soportarlo tan resignadamente como los hacendados.
- Pero, ¿qué pueden hacer, Elaboradora-de-Nieve? - preguntó el puk -. ¿Cómo podrían localizarnos?
Mistherd irguió la cabeza y habló en tono de orgullo.
- Ahora, también ellos aprenderán a temernos.
- Y es un niño encantador - dijo Sombra-de-un-Sueño -. Y nosotros necesitamos más como él, ¿no es cierto, Dama Cielo?
- Tenía que ocurrir en algún crepúsculo - asintió la Reina -. Llevadle hacia abajo y cuidad de él. Por esta señal - que ella hizo -, es reclamado por los Moradores.
Su alegría se manifestó libremente. Ayoch se revolcó por el suelo hasta que encontró un árbol de hojas temblonas. Encaramándose por el tronco se colgó de una rama, semioculto por el pálido follaje. El joven y la muchacha llevaron el niño hacia Carheddin, a un paso rítmico que les permitía a él tocar la flauta y a ella cantar:
¡Wahaii, wahaii! ¡Wayala, laii!
Ala en el viento alta sobre el cielo,
con grito estridente, avanzando a través de la lluvia,
a través del tumulto.
avanzando a través de los árboles bañados por la luz de la luna
y las sombras cargadas de sueños debajo de ellos,
confundiéndose con el tintinearte cabrilleo de los lagos
en los que se ahogan los rayos de las estrellas.

LA REINA DEL AIRE Y LA OSCURIDAD, Poul Anderson

Fragmento

- Pero era diferente al principio, cuando los descubrimos. Las consecuencias de las guerras nucleares podían verse aún, Con todo su horror. Nos necesitaban entonces, esos pobres anarquistas hambrientos, y nosotros... nosotros nos contentamos con observar.

- Estás Perdiendo la cabeza. ¿Podíamos intervenir acaso? No sabíamos nada de ellos, no hubiésemos sido sino un nuevo factor de Perturbaciones. Perturbaciones con consecuencias que nosotros mismos no hubiésemos podido prever Hubiese sido un acto criminal sin duda, como si un cirujano se pusiera a operar sin un examen previo, sin estudiar los antecedentes. Era indispensable que los dejáramos seguir su propio camino mientras los estudiábamos en secreto. No tienes idea de los esfuerzos que desplegamos para obtener mayor información. Ese trabajo continúa aún. Sólo hace setenta años nos sentimos bastante seguros como para introducir un primer factor nuevo en esta sociedad. A medida que continuemos aprendiendo, modificaremos los planes. Es posible que tardemos mil años en cumplir nuestra misión.

- Pero mientras, se han salvado del naufragio. Están encontrando sus propias soluciones. Qué derecho tenemos a...

- Yo empiezo a preguntarme, Mwyn qué derecho tienes tú al título de aprendiz de psicodinámica. Piensa en lo que son esas soluciones. La mayor parte del planeta se encuentra aún en un estado de barbarie. Este continente se ha recobrado más que otros, pues la distribución de los equipos técnicos era aquí amplia antes de la destrucción. ¿Pero qué estructura social han alcanzado? Un enjambre de Estados en conflicto. Un feudalismo donde el equilibrio de los poderes políticos-militares y económicos depende de una arcaica aristocracia terrateniente. Una docena de lenguas y subculturas que se desarrollan a lo largo de sus propias líneas incompatibles. Una ciega adoración de la técnica heredada de sociedades ancestrales que puede llevarlos a una civilización mecanizada tan demoníaca como la que se destruyó a sí misma hace tres siglos. ¿Te aflige que hayan muerto unos pocos cientos de hombres, sólo porque nuestros agentes promovieron una revolución que no se desarrolló tan fácilmente coma habíamos esperado? Pues bien, la Gran Ciencia te dice que sin nuestra intervención la miseria total que debiera soportar esta raza en los próximos cinco mil años superaría en tres órdenes de magnitud el dolor que nosotros podríamos infligirles.

NO HABRA TREGUA PARA LOS REYES, Poul Anderson