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Fragmento - LA VENGANZA DE CHANUR

-Conseguimos limpiar Gaohn, apartamos a nuestros enemigos hani de Kohan, hicimos que Tahar y su clan quedaran casi destrozados,arrojamos al exilio a la Luna Creciente... Hemos atraído a los mahendo'sat a nuestro mundo natal, y también a los humanos y los knnn, lo cual les ha sentado francamente mal a todos los partidarios del aislacionismo que hay ahí, ¿no? Naur, su pandilla... El clan Llun recibió un buen castigo por la ayuda que nos prestó en Gaohn, y lo mismo ocurrió con otras amigas nuestras. Aunque Tahar fuera nuestra enemiga... hemos destrozado su clan y el poder que tenían sobre sus aliados; y eso ha dejado un vacío. Esta situación ha permitido que algunos otros clanes ascendieran dentro del han.
-Naur, Jimun y Schunan -murmuró Haral-. Los maravillosos patrones de Ehrran.
-Eso es justamente lo que ha ocurrido. Estábamos mucho mejor teniendo a Tahar como enemiga. Su clan estaba formado por una pandilla de bastardas, pero al menos eran bastardas que navegaban por el espacio. Lo que ahora tenemos es a las viejas sorbehuevos que nunca han salido del planeta, como Naur; y a esas viejas gordas les encantaría vernos de nuevo a todas con faldellines y sofhyn.
-Eso se refiere a mí -dijo Khym.
-Aguántate, Khym.
-Mira, si me hubiera quedado en Anuurn...
-Sí no hubiera sido por eso hubieran encontrado cualquier otra excusa. Hicimos que especies de otros mundos entraran en el sistema de Anuurn...
-...y sacamos de ahí a un macho.

LA VENGANZA DE CHANUR, C. J. CHERRYH

Fragmento - LA AVENTURA DE CHANUR

-Calma -sintió que Tully estaba temblando y le dio una palmadita en la pierna mientras se volvía hacia el-. Estás a salvo, Tully, todo va bien -el traductor había dejado de funcionar hacía unos minutos, al salir de su radio de alcance, pero Tully era capaz de entender algunas palabras por sí solo-. Estás a salvo, ¿me has
entendido?
Tully asintió, mirándola como si en realidad fuera incapaz de verla. Sus dedos sujetaban firmemente la bolsa de plástico y tanto Hilfy como Chur habían pegado sus cuerpos al de Tully, lo máximo posible, para mantenerle caliente. El relámpago blanquecino emitido por la luz del vehículo iluminaba la palidez de su piel y su
cabello descolorido, convirtiendo sus movimientos nerviosos en algo irreal.
-Yo... -empezó a decir y entonces el vehículo giró bruscamente, oscilando, y les lanzó a todos hacia la izquierda y hacia adelante. Fue tan brusco que la parte trasera del vehículo que las escoltaba llenó todo el campo visual de Hilfy, en tanto que el conductor mahendo'sat luchaba con el volante y los guardias alzaban los brazos para protegerse del impacto. El vehículo giró, patinando, perdido el control y un segundo después se estrelló, como dotado de una perversa voluntad propia, contra el primer vehículo. Luego salió despedido con un chirrido metálico y siguió patinando mientras una rueda era arrancada del eje y daba vueltas sobre las planchas del suelo. Todo se volvió confuso y de pronto se oyó un aullido en el asiento de los mahendo'sat y fue como si un puño les golpeara. El respaldo del asiento voló hacia el rostro de Hilfy y ella extendió la mano hacia Tully justo cuando su cabeza golpeaba el acolchado asiento, el eco de la explosión agitaba todavía el aire y el vehículo oscilaba y, recibía un nuevo impacto.
-¡Están disparando! -gritó Chur y ese grito hizo que la realidad penetrara de nuevo en el cerebro de Hilfy y sus dedos engarfiados se arrastraron hacia el arma que tenía en el bolsillo. Sentía el brazo entumecido, hasta la altura del codo, a causa de un golpe que había recibido durante las oscilaciones y sacudidas del vehículo. Ahora se habían detenido. La ventanilla delantera estaba hecha pedazos, el conductor se había derrumbado sobre el panel de control pero los dos guardias seguían vivos. -¡Quédate dentro! -estaba gritando Chur desde el otro lado, mientras un guardia luchaba para abrir la portezuela. Algo golpeó el vehículo y una flor de fuego desplegó sus pétalos al otro lado de la ventanilla. Hilfy logró sacar por fin el arma cuando una humareda
plateada penetraba por la portezuela con un acre aroma de ozono. La puerta, en posición manual, se abrió lentamente y luego volvió a cerrarse tras haber dejado entrar una buena dosis de humo. El mahe cayó a! suelo entre una salva de disparos y la humareda le hizo invisible. Su compañero disparó desde el interior del vehículo y algo les golpeó de nuevo, hubo otra flor de fuego y un estruendo ensordecedor.
-¡Hilfy! -Tully tiraba de ella mientras desde e! otro lado, le llegaba un soplo de aire fresco. Chur había logrado abrir la portezuela por el lado que no estaba expuesto al fuego y había salido del vehículo. Hilfy miró fugazmente hacia el otro lado y empezó a disparar una y otra vez hacia el confuso remolino de negras capas kif que distinguía entre el humo, pensando a cada disparo que después de acabar con ellos saldría de! vehículo.
De pronto, unas manos la agarraron por la cintura de los pantalones y tiraron de ella. Lo hacían con tal fuerza que la arrastraron por encima del asiento, mientras seguía disparando. Un brazo le rodeó la cintura y la hizo salir por la portezuela. Logró disparar un par de veces más. Tully intentó llevarla en brazos, pero Hilfy se liberó con un manotazo, se puso en pie y echó a correr, con Tully al lado y Chur...
Otra explosión junto a ella y se encontró volando por los aires. Las placas metálicas del suelo parecieron materializarse repentinamente bajo sus manos y su rostro. Algo muy pesado cayó sobre ella y se quedó inmóvil.


LA AVENTURA DE CHANUR, C. J. CHERRYH

Fragmento - El Orgullo de Chanur

Mientras, la distinguida y noble capitana Pyanfar Chanur se disponía a bajar por la rampa de su nave hacia los muelles y el intruso ocupaba el último lugar por orden de importancia en sus pensamientos. La capitana era hani y poseía una espléndida melena rojo dorada que se prolongaba en una barba de sedosos rizos hasta la mitad de su pecho, cubierto de un suave pelaje. Su atuendo era el conveniente a una hani de su rango: pantalones anchos de color escarlata recogidos por un cinturón dorado al que guarnecía una generosa cantidad de cordones de seda cuyas tonalidades recorrían toda la gama del rojo y del naranja. De cada cordón colgaba una joya y los pantalones terminaban a la altura de las rodillas en una banda de oro. Llevaba un brazalete de oro delicadamente labrado y la velluda curva de su oreja izquierda iba adornada con una hilera de finos anillos de oro y un gran pendiente con una perla. Bajó por la rampa con el paso seguro de la propietaria, aún algo encendida la sangre a causa de una disputa anterior con su sobrina... y se detuvo, lanzando un chillido y sacando las garras, al toparse con el intruso.

Su primer golpe, fruto de la sorpresa, habría dejado algo aturdido a un hani, pero la piel sin vello del intruso se desgarró como si fuera de papel y éste, más alto que ella, la rebasó tambaleándose. Dio la vuelta en el final de la rampa curvada y, patinando a causa del impulso de su carrera, se coló de un salto en la nave, dejando sangre a su paso y marcando con la huella de una mano ensangrentada la blanca pared de plástico.

Pyanfar, boquiabierta y más que enfadada, se lanzó tras él arañando con las garras las placas del suelo para no patinar.
-¡Hilfy! -gritó a plena potencia. Hilfy, su sobrina, estaba antes en el pasillo inferior. Pyanfar llegó hasta la esclusa y, con un golpe brusco en el panel de comunicaciones, se puso en contacto con todos los puestos de la nave-. ¡Alerta! ¡Hilfy! ¡Llamada a toda la tripulación! Algo se ha metido en la nave. Enciérrate en el compartimiento más cercano y llama a la tripulación.

Abrió con un golpe seco el panel que había junto a la unidad de comunicaciones, agarró una pistola y partió a la caza del intruso. El seguirlo no era ningún problema, dado el rastro de manchas rojas que había dejado en el blanco suelo. El rastro torcía a la izquierda en la primera encrucijada de corredores, y no se veía a nadie: el intruso debía de haberse desviado nuevamente a la izquierda, siguiendo la forma del cuadrado de pasillos que circundaba las cubiertas de los ascensores. Pyanfar siguió corriendo y oyó un grito procedente de esa intersección de corredores. Apretó el paso; /Hilfy! Rebasó la esquina a toda velocidad y frenó de golpe para encontrarse con la imagen, como congelada, del intruso con su espalda lampiña por la que corrían riachuelos rojizos y de Hilfy Chanur, defendiendo el corredor vacío sin más armas que sus garras y su osadía de adolescente.

-¡Idiota! -le dijo Pyanfar a Hilfy con un bufido y el intruso se volvió como un rayo hacia ella. Ahora lo tenía mucho más cerca que antes: su cuerpo se quedó encogido, como a punto de saltar, al ver el arma que Pyanfar sostenía con las dos manos apuntándole. Quizá fuera lo bastante inteligente como para no arremeter contra un arma; quizá... pero eso le haría revolverse contra Hilfy, que seguía inmóvil y desarmada detrás del intruso. Pyanfar se dispuso a hacer fuego al menor movimiento de éste.
El intruso seguía agazapado, el cuerpo tenso, jadeando a causa de la carrera y sus heridas.
-Sal de ahí -le dijo Pyanfar a Hilfy-, retrocede.
El intruso había trabado ya conocimiento con las garras hani y ahora acababa de conocer sus armas, pero sus acciones seguían siendo imprevisibles. Hilfy, un manchón confuso en el límite de su campo visual, centrado por completo en el intruso, permanecía tozudamente inmóvil.
-¡Muévete! -gritó Pyanfar.
Y el intruso gritó igualmente, con un rugido que a punto estuvo de ganarle un disparo. Con el cuerpo ya erguido, se llevó la mano por dos veces al pecho en un gesto desafiante. ¡Venga, dispara!, parecía invitarle.
Eso intrigó a Pyanfar. El intruso no era nada atractivo: una revuelta melena dorada, barba del mismo color y un poco de vello en el pecho, tan escaso que casi resultaba invisible, bajando en una línea decreciente hasta su vientre que subía y bajaba velozmente impulsado por sus jadeos y desvaneciéndose por fin en lo que indudablemente era tela, aunque reducida a tal estado de harapo como para ser casi inexistente y tan ennegrecida por la suciedad que apenas se la distinguía de su piel lampiña. El olor del intruso era agrio pero...
Ese modo de comportarse, la invitación al enemigo hecha por sus ojos llameantes... sí, eso merecía ser meditado. Conocía las armas; llevaba encima un pedazo de tela; sabía trazar su territorio y estaba decidido a defenderlo. Quizá fuera un macho: en sus ojos había esa expresión tozuda y atolondrada típica de ellos.

-¿Quién eres? -le preguntó Pyanfar, pronunciando lentamente las palabras y usando varios lenguajes en sucesión, incluyendo el kif. El intruso no dio señales de entender ninguno de ellos-. ¿Quién? -le repitió.

De pronto el intruso se agachó con una mueca huraña hasta tocar el suelo y con un dedo, provisto de una gruesa uña, empezó a escribir con su propia sangre, profusamente esparcida alrededor de sus pies descalzos. Trazó una hilera de símbolos, diez en total, y luego otra que empezaba con el primer símbolo precedido por el segundo, luego el segundo con el segundo, el segundo con el tercero... escribía con gestos pacientes y cada vez más absortos en su tarea pese a los crecientes temblores de su mano, mojando el dedo en la sangre y escribiendo, como un loco incapaz de abandonar algo que ha empezado.

-¿Qué está haciendo? -preguntó Hilfy, que no podía verlo dada su posición.
-Es un sistema de escritura, probablemente algún tipo de notación por cifras. No se trata de un animal, sobrina.
Al oír el intercambio de palabras el intruso alzó los ojos... y se levantó con una brusquedad que resultó excesiva después de su pérdida de sangre, Sus ojos se vidriaron y con una expresión desesperada el intruso se derrumbó sobre el charco de sangre y los signos que había trazado, resbalando sobre ellos cada vez que intentaba levantarse de nuevo.
-Llama a la tripulación -dijo Pyanfar con voz calmada, y esta vez Hilfy se apresuró a obedecerla. Pyanfar se quedó donde estaba, pistola en mano, hasta que Hilfy hubo desaparecido por el corredor y luego, asegurándose bien de que nadie la veía faltar de tal modo a su dignidad, se inclinó sobre el intruso dejando descansar el arma, aún agarrada con las dos manos, entre sus rodillas. El intruso seguía debatiéndose y finalmente logró apoyar su espalda ensangrentada en la pared, apretándose con el codo la herida del flanco de la que brotaba mayor cantidad de sangre. Aunque algo extraviados, sus ojos, de un azul claro, no parecían haber perdido el sentido de lo real y la observaban, cautelosos, con lo que en su situación parecía un cinismo irracional.
-¿Hablas kif? -le preguntó de nuevo Pyanfar. Un fugaz centelleo en sus ojos, lo cual podía significar cualquier cosa, pero ni una palabra. Su cuerpo empezó a temblar violentamente con los primeros efectos de un shock por hemorragia. Su piel carente de vello se estaba cubriendo de sudor, Pero el intruso no apartaba los ojos de ella.
Ruido de pasos en los corredores. Pyanfar se incorporó rápidamente, no deseando que nadie le viera en tal posición junto al intruso. Hilfy apareció por un pasillo a toda velocidad y en dirección opuesta, al mismo tiempo, llegó la tripulación. Pyanfar se apartó unos pasos al verlas y el intruso intentó moverse sin demasiado éxito. Varias manos se apoderaron de él rápidamente y lo arrastraron sobre el charco de sangre. Lanzó un grito, intentando luchar, pero no tardaron en darle la vuelta y aturdirle de un golpe.
-¡Con suavidad! -gritó Pyanfar, pero ya no era necesario, Le ataron los brazos a la espalda con un cinturón y luego otro le rodeó los tobillos, apartándose luego de él con el pelaje tan ensangrentado como el cuerpo del intruso, que seguía removiéndose lentamente-. No le hagáis más daño -dijo Pyanfar-. Lo quiero limpio, naturalmente. Dadle agua y comida y curadle, pero que esté bien encerrado. Id preparando alguna explicación de cómo logró darse de bruces conmigo en la rampa y si alguien habla de esto fuera de la nave, aunque sólo sea una palabra, me encargaré de vender la a los kif.
-Capitana... -murmuraron, agachando las orejas en deferencia. Eran sus primas en segundo y tercer grado: dos parejas de hermanas, una grande y una pequeña, y las cuatro estaban igualmente apenadas.
-¡Fuera! -les dijo. Cogieron al intruso por el cinturón que le ataba los brazos y se dispusieron a llevárselo a rastras-. ¡Con cuidado! -siseó Pyanfar, y su transporte fue algo menos brusco-. Y tú... -le dijo después Pyanfar a Hilfy, la hija de su hermana, mientras que ésta agachaba las orejas y apartaba el rostro de corta melena en el que ya empezaba a despuntar la barba de una adolescente, con cierta expresión de mártir-. Si desobedeces otra orden mía te enviaré de vuelta a casa con la melena afeitada. ¿Me has entendido?
Hilfy le hizo una reverencia con el debido aire de contrición.

El Orgullo de Chanur, C.J.Cherryh