Festival Buenos Aires Rojo Sangre

Comienza la 10ª edición del Festival Buenos Aires Rojo Sangre, de cine fantástico y de terror

Habrá una sección competitiva de películas nacionales e internacionales, y una sección de cortos dedicados a los zombis. La entrada costará ocho pesos por función.

Desde este jueves y hasta el 4 de noviembre se realizará en la Capital Federal la décima edición del Festival Buenos Aires Rojo Sangre (BARS), en el cual se podrán ver películas de los géneros terror, fantástico y bizarro. La sede elegida es la sala del cine Monumental Lavalle (Lavalle 780).  Entradas a $8 x función

Habrá una sección competitiva de películas tanto nacionales como internacionales, entre las que participarán títulos de Austria, Italia, Brasil y Uruguay. Además también se realizará una sección especial dedicada a los zombis, en la que se podrán ver cortometrajes filmado en la ZombieWalk, una caminata de "muertos vivientes" realizada en la ciudad el 4 de octubre, a la cual no pude asistir.

En tanto, en esta edición se estrenará el documental "Rojo Sangre, 10 años a puro género" en el que se recorrerá el crecimiento y la evolución de este festival y de este tipo de películas. Incluirá testimonio de realizadores, críticos, especialistas, distribuidores y fanáticos.

Fragmento

—¿Desde cuándo para tener alucinaciones necesitás ingerir reboxina? —preguntó la mujer—. Tu vida ya es una continua alucinación sin tomar porquerías como ésa.
—No puedo evitar que me encuentren —dijo él, eludiendo la pregunta—. Pero puedo hacer que no me importe.

—Encontrarán al checheno en la bañera y te encerrarán en un manicomio. —El gesto de la mujer era de reprobación. Solía comportarse como una madre severa, a pesar de que tenían la misma edad y ella también era adicta a los estimulantes. Lila pintaba obsesivamente el paisaje del páramo sombrío en el que vivía. Construía las imágenes en pequeñas tablas de treinta centímetros de lado, pero sólo podía hacerlo cuando diluía anfetaminas en los sienas y tostados de su paleta.
—Durará sólo algunos minutos. ¿Por qué no pueden hacer que el efecto dure para siempre? —Daniel empujó suavemente a la mujer y entró en la cabaña. Un farol de queroseno era la única fuente de iluminación. Los muebles lucían tan mustios y apagados como los de él, en la ciudad. ¿Había recorrido toda esa distancia para averiguar si algo dicho o escrito se adecuaba a su visión del mundo? Segundo a segundo, la sensación de vacío que lo separaba de la mujer se iba haciendo mayor. Giró la cabeza para sermonearla, pero en el lugar de la pintora se había materializado Ruslan, el gigantesco checheno que, según todas las presunciones, trabajaba para los iraníes. ¿Cómo se había enredado con ese hombre? Y algo peor: ¿para qué?
Ruslan lanzó una risotada, como si fuese capaz de adivinarle los pensamientos. —¿Otra vez perdido en la niebla, Daniel? —dijo acentuando su ya marcado acento. Era el estereotipo del borrachín caucásico, sentimental y burlón. Odiaba a los rusos de un modo aberrante.
—Estabas muerto —dijo Daniel—. Te vi en la bañera. Rígido y frío.
—Estar vivo, estar muerto —respondió el checheno moviendo las manos como las aspas de un ventilador—. Eso es tan relativo cuando uno tiene algunos gramos de ribuxina circulando por los canales...
—Reboxina.
—Ribuxina, reboxina. Fenotiacina, estelacina, anfetaminas. Igual, todo lo que hacemos e ingerimos es relativo. —Ruslan cerró la puerta y se movió hacia un rincón de la cabaña. Regresó con un tablero bajo el brazo y una caja de madera entre las manos—. Juguemos una partida mientras esperamos. Es una droga más limpia.
—¿Qué esperamos? —Daniel se sentía aturdido. ¿Eso era todo lo que le iba a obsequiar la droga, una pasiva partida de ajedrez en la que las piezas danzarían por el tablero sin atenerse a las reglas establecidas del juego? ¿Se dejaría cazar pasivamente por los agentes de la CST?
Pero esta vez podría ser distinto. Si el checheno perdía el tiempo con la partida, era posible que hubiera otra salida. Ruslan era un tipo práctico y no haría algo por nada.
—Hay niveles; todo es cuestión de niveles. Si te grabas eso podrás avanzar en alguna dirección. En cambio si no grabas... —Ruslan empezó a acomodar las piezas y lo invitó a hacer lo mismo. Le había asignado las negras, aunque eso a Daniel lo tenía sin cuidado—. Si ponemos dos o más niveles entre nosotros y los que nos persiguen hasta es posible que logremos burlarlos.
—Nadie me persigue —dijo Daniel—. O eso creí hasta ahora. ¿Quien me persigue, me lo dirás?
—Cuando termine el efecto de lo que tomaste lo sabrás —dijo el checheno, usando un tono ominoso, aunque suficiente para penetrar la coraza de histeria de Daniel—. Apertura Bird —anunció moviendo el peón del alfil del rey—. Exótica. Extravagante como árbol lleno de pájaros mecánicos, ¿no te parece?

PAISAJE PERDIDO, Sergio Gaut vel Hartman

La pelìcula mostra: Samurai Zombie


Una familia que es secuestrada por una pareja de psicopatas. Buscan una armadura samurai, pero el lugar esta custodiado por zombies. Por otro lado, la policía también aparece, es entonces cuando omienza un enfrentamiento entre policias, zombies y asesinos, mientras la familia trata de sobrevivir.

Fragmento


En la noche centésimo primera de la Celebración Milenaria, Faetón se alejó de las luces y la música, del movimiento y del alborozo de la dorada ciudad palacio, y salió a la soledad de los bosquecillos y jardines. En esa época de alegría, no las tenía todas consigo y no sabía por qué.
Su nombre completo era Faetón Primo Radamanto Humodificado (realce) Incompuesto, Indepconsciencia, Neuromorfa Básica, Escuela Señorial Gris Plata, Era 7043 («Nuevo Despertar»).
Esa noche habían escogido el ala occidental de la ciudad palacio de Aureliano para una Presentación de Visiones de la élite de la Mansión Radamanto. Faetón había recibido la invitación a participar en el panel de jueces de sueños y, ansioso de experimentar las historias futuras que se presentarían, había aceptado gustosamente. Había pensado que esa velada representaría en miniatura, para la Casa Radamanto, aquello que la Alta Trascendencia de diciembre representaría para toda la humanidad.
Pero quedó defraudado. El desfile de adocenadas y trilladas extrapolaciones había agotado su paciencia.
Había un futuro donde todos los hombres eran registrados como información cerebral en un cristal lógico de diamante que ocupaba el núcleo de la Tierra; en otro futuro, toda la humanidad existía en las hebras de un despliegue arborescente de velas y paneles que formaban una esfera de Dyson alrededor del Sol; un tercero prometía titánicas viviendas para billones de mentes y supermentes en el frío absoluto del espacio transneptuniano (el frío era necesario para cualquier obra de ingeniería subatómica realmente precisa) pero con raíles o ascensores de material inconcebiblemente denso que se extendían a lo largo de cientos de unidades astronómicas, por toda la anchura del sistema solar, hasta el manto del Sol, para explotar la ceniza de hidrógeno como material de construcción y para aprovechar la vasta energía del astro, por si alguna vez los ordenadores inmóviles del espacio profundo que albergaban las mentes de la humanidad necesitaban materia o energía.
Cualquiera de estas visiones tendría que haber sido sobrecogedora. Las obras de ingeniería estaban presentadas con exquisito detalle. Faetón no podía identificar aquello que deseaba, pero sabía que no quería ninguno de esos futuros que le ofrecían.
No habían invitado a Dafne, su esposa, que era sólo miembro colateral de la casa; y Helión, su progenitor, estaba presente sólo como versión parcial, pues su primario había acudido a un cónclave de los Pares.
Así, en el centro de una multitud bullanguera y jovial de telepresencias, maniquíes y personas reales con trajes brillantes, y con las cien altas ventanas de la Sala de Presencia pobladas por el fulgor de futuros monótonos, y con mil canales que lo acribillaban con mensajes, requerimientos e invitaciones, Faetón comprendió que estaba totalmente solo.
Afortunadamente estaban en mascarada, y él podía asignar su rostro y su papel a una copia de seguridad de sí mismo. Se puso un disfraz de Arlequín, con encaje en la garganta y antifaz en el rostro, y se escabulló por una entrada lateral antes que los lugartenientes o escuderos de honor de Helión pensaran en detenerlo.
Sin una palabra ni una señal para nadie, Faetón partió y atravesó parques y jardines silenciosos en el claro de luna, acompañado sólo por sus pensamientos.

La edad de oro, John C. Wright

ZOMBI – GUIA DE SUPERVIVENCIA


I. Matar a los muertos
Aunque parezca que destruir a un zombi puede ser simple, no hay nada más lejos de la realidad. Tal y como hemos visto, los zombis no requieren ninguna de las funciones fisiológicas que los humanos necesitamos para sobrevivir. La destruc­ción o el daño severo al sistema circula­torio, digestivo o respiratorio no harían nada a un miembro de los muertos andan­tes, en tanto en cuanto esas funciones no se mantienen en el cerebro. Simplemente piensa que existen miles de formas de matar a un humano y sólo una de matar a un zombi. El cerebro debe ser destruido, de cualquier manera posible.


J. Deshacerse del cuerpo
Los estudios muestran que el Solanum puede vivir en el cuerpo de un zombi destruido durante otras cuarenta y ocho horas. Se ha de tener un cuidado extremo a la hora de deshacerse del cadáver de un no muerto. La cabeza en particular conlleva el mayor riesgo, dada su concentración del virus. Nunca cargues con el cadáver de un no muerto sin ropa protectora. Trátalo como si fuera cualquier clase de material tóxico o altamente letal. La cremación es la forma más segura y efectiva de eliminarlo. A pesar de los rumores de que quemar un grupo de cadá­veres podría propagar Solanum en forma de plaga a través del aire, el sentido común nos diría que ningún virus es capaz de sobrevivir al calor intenso, por no hablar de un incendio.

K. ¿Domesticación?
Repetimos, el cerebro de un zombi ha demostrado ser, hasta el momento, inalterable. Los experimentos que se han realizado con productos químicos, cirugía e incluso descargas electromag­néticas, han dado resultados negativos. La terapia para cambiar su comportamiento y otros intentos para entrenar a los muertos vivientes como bestias de carga o algo parecido también han acabado en fracaso. De nuevo, no podemos cambiarle el chip a la máquina. Será tal como es o no será.

Max Brooks




Fragmento

Una forma llegó brincando sobre Cloudmoor. Tenía dos brazos y dos piernas, pero las piernas eran largas y terminaban en zarpas, y estaba cubierto de plumas hasta el extremo de una cola y anchas alas. El rostro era medio humano, dominado por sus ojos. Si Ayoch hubiese sido capaz de erguirse del todo, hubiera llegado al hombro del muchacho.
La muchacha se puso en pie.

- Lleva un bulto - dijo.
Su visión no estaba hecha para el crepúsculo como la de un ser nacido en el septentrión, pero había aprendido a utilizar todas las señales que sus sentidos le proporcionaban. Aparte del hecho de que normalmente un puk hubiera volado, había cierta pesadez en su apresuramiento.
- Y llega del sur - dijo el muchacho con visible excitación, repentina como una verde llama que cruzara la constelación Lyrth. Descendió rápidamente por la ladera del túmulo -. ¡Ohoi, Ayoch! - gritó -. ¡Soy yo, Mistherd!
- Y Sombra-de-un-Sueño - rió la muchacha, siguiéndole.
El puk se paró. Respiró más ruidosamente que la vegetación que susurraba a su alrededor. En el lugar en que se había detenido se alzó un olor a hierba aplastada.
- Saludos en el umbral del invierno - silbó -. Podéis ayudarme a llevar esto a Carheddin.
Levantó lo que portaba. Sus ojos eran fanales amarillos encima. El bulto se movió y gimió.
- ¡Es un niño! - dijo Mistherd.
- Lo mismo que lo fuiste tú, hijo mío, lo mismo que lo fuiste tú. ¡Jo, jo, qué proeza! - alardeó Ayoch -. Eran muchos en el campamento de Fallow wood, armados, y además de máquinas de vigilar tenían perros grandes y feos, de guardia mientras ellos dormían. Sin embargo, me acerqué por el aire, después de haberles espiado hasta que supe que un puñado de polvo...
- ¡Pobrecillo! - Sombra-de-un-Sueño cogió al niño y lo apretó contra sus menudos pechos -. Tienes mucho sueño, ¿verdad? - Ciegamente, el niño buscó un pezón. Ella sonrió a través del velo de sus cabellos -. No, soy demasiado joven, y tú eres ya demasiado mayor. Pero, cuando despiertes en Carheddin debajo de la montaña, tendrás un banquete.
- Yo, ah - dijo Ayoch muy suavemente -. Ella está fuera y ha oído y visto. Está llegando.
Se agachó, con las alas plegadas. Al cabo de unos instantes Mistherd se arrodilló, y lo mismo hizo Sombra-de-un-Sueño, aunque no soltó al niño.
La alta forma de la Reina bloqueó las lunas. Miró en silencio a los tres y a su botín. Los sonidos de la colina y del páramo dejaron de existir para ellos hasta que les pareció que podían oír sisear las luces del norte.
Finalmente, Ayoch susurró:
- ¿Lo he hecho bien, Estrellamadre?
- Si has robado un niño de un campamento lleno de máquinas - dijo la hermosa voz -, es que eran gente del lejano sur que podría no soportarlo tan resignadamente como los hacendados.
- Pero, ¿qué pueden hacer, Elaboradora-de-Nieve? - preguntó el puk -. ¿Cómo podrían localizarnos?
Mistherd irguió la cabeza y habló en tono de orgullo.
- Ahora, también ellos aprenderán a temernos.
- Y es un niño encantador - dijo Sombra-de-un-Sueño -. Y nosotros necesitamos más como él, ¿no es cierto, Dama Cielo?
- Tenía que ocurrir en algún crepúsculo - asintió la Reina -. Llevadle hacia abajo y cuidad de él. Por esta señal - que ella hizo -, es reclamado por los Moradores.
Su alegría se manifestó libremente. Ayoch se revolcó por el suelo hasta que encontró un árbol de hojas temblonas. Encaramándose por el tronco se colgó de una rama, semioculto por el pálido follaje. El joven y la muchacha llevaron el niño hacia Carheddin, a un paso rítmico que les permitía a él tocar la flauta y a ella cantar:
¡Wahaii, wahaii! ¡Wayala, laii!
Ala en el viento alta sobre el cielo,
con grito estridente, avanzando a través de la lluvia,
a través del tumulto.
avanzando a través de los árboles bañados por la luz de la luna
y las sombras cargadas de sueños debajo de ellos,
confundiéndose con el tintinearte cabrilleo de los lagos
en los que se ahogan los rayos de las estrellas.

LA REINA DEL AIRE Y LA OSCURIDAD, Poul Anderson