Fragmento

—¿Desde cuándo para tener alucinaciones necesitás ingerir reboxina? —preguntó la mujer—. Tu vida ya es una continua alucinación sin tomar porquerías como ésa.
—No puedo evitar que me encuentren —dijo él, eludiendo la pregunta—. Pero puedo hacer que no me importe.

—Encontrarán al checheno en la bañera y te encerrarán en un manicomio. —El gesto de la mujer era de reprobación. Solía comportarse como una madre severa, a pesar de que tenían la misma edad y ella también era adicta a los estimulantes. Lila pintaba obsesivamente el paisaje del páramo sombrío en el que vivía. Construía las imágenes en pequeñas tablas de treinta centímetros de lado, pero sólo podía hacerlo cuando diluía anfetaminas en los sienas y tostados de su paleta.
—Durará sólo algunos minutos. ¿Por qué no pueden hacer que el efecto dure para siempre? —Daniel empujó suavemente a la mujer y entró en la cabaña. Un farol de queroseno era la única fuente de iluminación. Los muebles lucían tan mustios y apagados como los de él, en la ciudad. ¿Había recorrido toda esa distancia para averiguar si algo dicho o escrito se adecuaba a su visión del mundo? Segundo a segundo, la sensación de vacío que lo separaba de la mujer se iba haciendo mayor. Giró la cabeza para sermonearla, pero en el lugar de la pintora se había materializado Ruslan, el gigantesco checheno que, según todas las presunciones, trabajaba para los iraníes. ¿Cómo se había enredado con ese hombre? Y algo peor: ¿para qué?
Ruslan lanzó una risotada, como si fuese capaz de adivinarle los pensamientos. —¿Otra vez perdido en la niebla, Daniel? —dijo acentuando su ya marcado acento. Era el estereotipo del borrachín caucásico, sentimental y burlón. Odiaba a los rusos de un modo aberrante.
—Estabas muerto —dijo Daniel—. Te vi en la bañera. Rígido y frío.
—Estar vivo, estar muerto —respondió el checheno moviendo las manos como las aspas de un ventilador—. Eso es tan relativo cuando uno tiene algunos gramos de ribuxina circulando por los canales...
—Reboxina.
—Ribuxina, reboxina. Fenotiacina, estelacina, anfetaminas. Igual, todo lo que hacemos e ingerimos es relativo. —Ruslan cerró la puerta y se movió hacia un rincón de la cabaña. Regresó con un tablero bajo el brazo y una caja de madera entre las manos—. Juguemos una partida mientras esperamos. Es una droga más limpia.
—¿Qué esperamos? —Daniel se sentía aturdido. ¿Eso era todo lo que le iba a obsequiar la droga, una pasiva partida de ajedrez en la que las piezas danzarían por el tablero sin atenerse a las reglas establecidas del juego? ¿Se dejaría cazar pasivamente por los agentes de la CST?
Pero esta vez podría ser distinto. Si el checheno perdía el tiempo con la partida, era posible que hubiera otra salida. Ruslan era un tipo práctico y no haría algo por nada.
—Hay niveles; todo es cuestión de niveles. Si te grabas eso podrás avanzar en alguna dirección. En cambio si no grabas... —Ruslan empezó a acomodar las piezas y lo invitó a hacer lo mismo. Le había asignado las negras, aunque eso a Daniel lo tenía sin cuidado—. Si ponemos dos o más niveles entre nosotros y los que nos persiguen hasta es posible que logremos burlarlos.
—Nadie me persigue —dijo Daniel—. O eso creí hasta ahora. ¿Quien me persigue, me lo dirás?
—Cuando termine el efecto de lo que tomaste lo sabrás —dijo el checheno, usando un tono ominoso, aunque suficiente para penetrar la coraza de histeria de Daniel—. Apertura Bird —anunció moviendo el peón del alfil del rey—. Exótica. Extravagante como árbol lleno de pájaros mecánicos, ¿no te parece?

PAISAJE PERDIDO, Sergio Gaut vel Hartman

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