Fragmento


En la noche centésimo primera de la Celebración Milenaria, Faetón se alejó de las luces y la música, del movimiento y del alborozo de la dorada ciudad palacio, y salió a la soledad de los bosquecillos y jardines. En esa época de alegría, no las tenía todas consigo y no sabía por qué.
Su nombre completo era Faetón Primo Radamanto Humodificado (realce) Incompuesto, Indepconsciencia, Neuromorfa Básica, Escuela Señorial Gris Plata, Era 7043 («Nuevo Despertar»).
Esa noche habían escogido el ala occidental de la ciudad palacio de Aureliano para una Presentación de Visiones de la élite de la Mansión Radamanto. Faetón había recibido la invitación a participar en el panel de jueces de sueños y, ansioso de experimentar las historias futuras que se presentarían, había aceptado gustosamente. Había pensado que esa velada representaría en miniatura, para la Casa Radamanto, aquello que la Alta Trascendencia de diciembre representaría para toda la humanidad.
Pero quedó defraudado. El desfile de adocenadas y trilladas extrapolaciones había agotado su paciencia.
Había un futuro donde todos los hombres eran registrados como información cerebral en un cristal lógico de diamante que ocupaba el núcleo de la Tierra; en otro futuro, toda la humanidad existía en las hebras de un despliegue arborescente de velas y paneles que formaban una esfera de Dyson alrededor del Sol; un tercero prometía titánicas viviendas para billones de mentes y supermentes en el frío absoluto del espacio transneptuniano (el frío era necesario para cualquier obra de ingeniería subatómica realmente precisa) pero con raíles o ascensores de material inconcebiblemente denso que se extendían a lo largo de cientos de unidades astronómicas, por toda la anchura del sistema solar, hasta el manto del Sol, para explotar la ceniza de hidrógeno como material de construcción y para aprovechar la vasta energía del astro, por si alguna vez los ordenadores inmóviles del espacio profundo que albergaban las mentes de la humanidad necesitaban materia o energía.
Cualquiera de estas visiones tendría que haber sido sobrecogedora. Las obras de ingeniería estaban presentadas con exquisito detalle. Faetón no podía identificar aquello que deseaba, pero sabía que no quería ninguno de esos futuros que le ofrecían.
No habían invitado a Dafne, su esposa, que era sólo miembro colateral de la casa; y Helión, su progenitor, estaba presente sólo como versión parcial, pues su primario había acudido a un cónclave de los Pares.
Así, en el centro de una multitud bullanguera y jovial de telepresencias, maniquíes y personas reales con trajes brillantes, y con las cien altas ventanas de la Sala de Presencia pobladas por el fulgor de futuros monótonos, y con mil canales que lo acribillaban con mensajes, requerimientos e invitaciones, Faetón comprendió que estaba totalmente solo.
Afortunadamente estaban en mascarada, y él podía asignar su rostro y su papel a una copia de seguridad de sí mismo. Se puso un disfraz de Arlequín, con encaje en la garganta y antifaz en el rostro, y se escabulló por una entrada lateral antes que los lugartenientes o escuderos de honor de Helión pensaran en detenerlo.
Sin una palabra ni una señal para nadie, Faetón partió y atravesó parques y jardines silenciosos en el claro de luna, acompañado sólo por sus pensamientos.

La edad de oro, John C. Wright

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