Fragmento - El Fin de la Infancia

Fue, por supuesto, una operación sin importancia desde el punto de vista de los superseñores, pero para la Tierra no hubo, en toda su historia, un acontecimiento más extraordinario. Las grandes naves descendieron desde los inmensos y desconocidos abismos del espacio sin ningún aviso previo. Innumerables veces se había descrito ese día en cuentos y novelas, pero nadie había creído que llegaría a ocurrir. Y ahora allí estaban: las formas silenciosas y relucientes, suspendidas sobre todos los países como símbolos de una ciencia que el hombre no podría dominar hasta después de muchos siglos. Durante seis días habían flotado inmóviles sobre las ciudades, sin reconocer, aparentemente, la existencia del hombre. Pero no era necesario. Esas naves no habían ido a pararse tan precisamente y sólo por casualidad sobre Nueva York, Londres, París, Moscú, Roma, Ciudad del Cabo, Tokio, Camberra...
Aún antes que aquellos días aterradores terminaran, algunos ya habían sospechado la verdad. No se trataba de un primer intento de contacto por parte de una raza que nada sabía del hombre. Dentro de esas naves inmóviles y silenciosas, unos expertos psicólogos estaban estudiando las reacciones humanas. Cuando la curva de la tensión alcanzase su cima, algo iba a ocurrir.
Y en el sexto día, Karellen, supervisor de la Tierra, se hizo conocer al mundo entero por medio de una transmisión de radio que cubrió todas las frecuencias. Habló en un inglés tan perfecto que durante toda una generación las más vivas controversias se sucedieron a través del Atlántico. Pero el contexto del discurso fue aún más sorprendente que su forma. Fue, desde cualquier punto de vista, la obra de un genio superlativo, con un dominio total y completo de los asuntos humanos. No cabía duda alguna de que su erudición y su virtuosismo habían sido deliberadamente planeados para que la humanidad supiese que se hallaba ante una abrumadora potencia intelectual. Cuando Karellen concluyó su discurso las naciones de la Tierra comprendieron que sus días de precaria soberanía habían concluido. Los gobiernos locales podrían retener sus poderes, pero en el campo más amplio de los asuntos internacionales las decisiones supremas habían
pasado a otras manos. Argumentos, protestas, todo era inútil. Era difícil que todas las naciones fuesen a aceptar mansamente semejante limitación de sus poderes. Pero una resistencia activa presentaba dificultades insuperables, pues la destrucción de las naves, si eso fuese posible, aniquilaría a las ciudades que estaban
debajo. Sin embargo, una gran potencia hizo la prueba. Quizá los responsables pensaban matar dos pájaros de un tiro, pues el blanco se hallaba suspendido sobre las capital de una vecina nación enemiga.


El Fin de la Infancia, Arthur C. Clarke

3 comentarios:

Gaucho Man dijo...

hola! librazo el de clarke, me dieron ganas de releerlo

El Mostro dijo...

Y date el gusto!

Saludos mostros.

mandrake el vago dijo...

Tanto tiempo... Lo mejor es cuando Karellen se da a conocer... :D