Desde que los "rectos" se habían adueñado del poder, hacía ya 5 años, la vida se militarizó, aún para nosotros, los civiles. La desconfianza era la primera norma a aplicar. Así, en la UGE (Unidad Generadora de Energía) a la cual estaba asignado Elre, era común ver gente de seguridad (llamados "perros") rondando, facilmente reconocibles por sus anteojos oscuros, sus bigotes y un sospechoso bulto bajo el saco. Xenófobos y ultranacionalistas, las relaciones con nuestros vecinos no eran las mejores.
Algunas de las principales medidas implementadas fueron la prohibición total de fumar, beber alcohol en público, la reunión de grandes grupos de personas (a menos que fuese en una ceremonia oficial). Incluso se debía solicitar permiso para tener un hijo. Elre no pensaba en procrear ni le gustaban los aglomeramientos, así que solo le preocupaban las dos primeras. Pero se las arreglaba para conseguir cigarrillos de contrabando o algún licor casero a través del Rata, un individuo diminuto, casi enano. Precisamente hoy debía reunirse con él, entre el parque y el estacionamiento subterráneo.
Hacía allí se dirigió. Estaban en mitad de su "transacción" cuando escucharon un estentóreo "¡Ustedes, quietos ahí!" Un "perro" se les aproximaba desde el edificio principal.
El Rata, de reflejos rápidos, se dió media vuelta y corrió hacia el parque. Pero Elre no se movió. Algo en cielo había llamado su atención. Tres objetos llameantes descendían vertiginosamente.
Haciendo caso omiso a los gritos del tipo de seguridad, se metió en el estacionamiento subterráneo.
Y en ese momento la tierra se sacudió de tal forma, que fue arrojado al piso. Las luces del estacionamiento titilaron, se apagaron y las luces de emergencia se encendieron. Dos nuevas explosiones provocaron caida de mampostería.
Cuando recupero la conciencia, su reloj le indicó que habían pasado 25 minutos. Tosió y estornudo, estaba cubierto de polvo.
Se arrastró a tientas (las luces de emergencia ya no funcionaban) hasta la salida, parcialmente bloqueada por escombros. Elre se despellejó las manos removiendo cascotes, hasta que la abertura le permitió salir a la superficie.
Comenzaba a oscurecer, pero la llamas de múltiples incendios iluminaba fantasmalmente la dantesca escena.
De la UGE no quedaban más que los cimientos. Miró hacia el oeste y calculó que la ciudad estaba también en ruinas. Caminó hacia ella, tropezando en los escombros.
Encontró el cadaver del "perro" que lo había descubierto.
Obedeciendo a un ciego impulso, revisó entre las ropas del muerto hasta hallar el arma reglamentaria.
Seguramente le sería de utilidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario