Jack

El rubio Jack Johnson se acurrucó en el portal de una casa. Hasta él llegaban los ecos de la batalla. Gritos, lamentaciones, disparos, explosiones.
"¿Que estoy haciendo acá, tan lejos de casa?" se preguntó. Y recordó.
Se había enamorado de la dulce Mary. De su pelo, de su piel, de su perfume. Tuvieron un par de encuentros furtivos en el límite entre ambas granjas, donde se amaron con la pasión que solo se puede tener a los 17 años y se prometieron amor eterno.
Sin embargo, un día su padre, viudo desde hacía algún tiempo, le anunció que se casaría con ella en unos meses.
Mary se instaló en la habitación paterna. De noche Jack podía escuchar los gemidos, risas y jadeos a través de la delgada pared. La dulce Mary se había convertido en la desdeñosa e impúdica Mary.
Por la esquina pasan hombres corriendo. Desde el portal, Jack no alcanza a ver si son enemigos o de los suyos. Se acurruca aún más.
La furia fue creciendo dentro de Jack y una noche de verano, luego de una especialmente ruidosa noche de lujuria, entró al cuarto de su padre. Ambos estaban dormidos y desnudos, una pierna de ella sobre el voluminoso vientre de él. Pensó en su madre, pidió perdón a Dios y los acuchilló. Primero a su padre, quién no alcanzó a despertar, seguramente alcoholizado. Mary abrió los ojos y lo miró cuando hundió el puñal entre sus senos y la sangre, roja como el vino, se deslizó por su vientre.
Soltó a los animales, prendió fuego a la granja y huyó.
Se enroló en el ejercito con un nombre falso. Casi de inmediato lo subieron a un barco. El viaje fue una pesadilla, Jack no paraba de vomitar. ¡Él era un granjero, no un marino!
Las tropas desembarcaron y avanzaron sobre la ciudad, a la que creían indefensa. Pero los nativos se defendían casa por casa. Pronto Jack se encontró separado de sus compañeros y se escondió en el portal de una casa.
Comenzó a llover en una fría mañana porteña de julio de 1807.

2 comentarios:

Diego dijo...

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El Mostro dijo...

¡Gracias Diego!