Helmut von Berger era el sueño hitleriano hecho realidad: el menor de siete hermanos varones, un metro noventa, atlético a pesar de sus 55 años, pelo rubio ceniza cortado al rape, ojos de acero. De acero era también el puño con el que dirigía el Laboratorio Europeo de Antimateria en Suiza. Entró a la oficina de Control de Procesos, donde lo esperaban una decena de personas.
Al ver a la bella Dra. Marité Dracul, de la Universidad Tecnológica de Rumania se distendió y mostró una sonrisa hecha de dientes perfectos, una sonrisa Colgate. Se dirigió a ella y le extendió la mano derecha. La doctora le estrechó la mano y la suya (tan menuda y delicada) pareció desaparecer. Se deshizo del apretón y presentó a su ayudante.
-El Doctor Adrián Jacobo.
-¿Español? -preguntó Helmut en perfecto castellano.
-No, argentino. -respondió con indisimulado orgullo el aludido, mientras estrecha a su vez la imponente diestra del suizo.
-Siempre es bueno tener un argentino en un equipo de investigación. Son... como se dice... -dudó un momento Helmut. -perspicaces. Eso. Pero solo un argentino, más se vuelven problemáticos. -Y largó una carcajada. Los presentes rieron de compromiso, a excepción de Marité y Adrián. Se había desarrollado un vínculo entre ellos que superaba lo estrictamente profesional.
-Estamos listos para comenzar el experimento. -susurró un científico alemán, al cual todo aquel preámbulo le parecía una perdida de tiempo.
La Doctora Marité Dracul carraspeó para llamar la atención.
-Antes de comenzar, debo hacer notar que el Doctor Jacobo mostró ciertos reparos.
-¿Reparos? ¿Cuáles?
-Usted sabe que él se ha encargado de la parte de óptica no lineal. Adrián, el Dr.Jacobo quiero decir, teme que si elevamos la potencia del ciclotrón a e*n**2, se pueda producir una anomalía espacio-temporal. Según él, los modelos utilizados no tuvieron en cuenta que nos encontramos debajo de una montaña. Si el experimento fuese llevado en órbita, el efecto sería nulo, por la dispersión en el espacio. No estoy de acuerdo con él, pero me considero con el deber de hacer la salvedad.
-¿En que datos se apoya?
Adrián pudo sentir como se le ponían coloradas las orejas.
-Bueno, es más bien una corazonada... -respondió el argentino, ruborizado.
Helmut se volvió hacia científico alemán que habló antes, quién se limitó a negar con la cabeza.
-Bueno, vamos pues.
Helmut von Berger estaba entusiasmado. Si el experimento funcionaba, Europa dispondría de un motor aplicable a naves espaciales, el cual podría eventualmente alcanzar un 0,10% de la velocidad de la luz, algó más de un millón de kilómetros por hora. Esto significaría poder viajar a Marte en unos días.
Los técnicos y científicos sentados frente a los controles comenzarón su tarea. La energía comenzó a fluir por los kilómetros de conductos bajo el Mont Coblan.
Todo marchaba según lo esperado. El experimento se desarrollaba según los modelos predictivos.
Al llegar la energía a e*n**1.5, Marité y Adrián cruzaron una mirada de nerviosismo.
Finalmente se llegó a e*n**2 y nada sucedió. Se avanzó hasta el límite final proyectado de e*n**2.3 y poco a poco comenzó el "frenado" del flujo energético.
-Bueno, parece que me equi...
No llegó a terminar la frase. Sus ojos se abrieron como el "dos de oro". Helmut von Berger estaba sufriendo una transformación. En el piso, su cuerpo se retorcía, mientras se iba cubriendo de pelo, al tiempo que sus manos se transformaban en garras. Cuando levantó la cabeza, su rostro germano había desaparecido, dejando su lugar a unas facciones lobunas. De un salto, se abalanzó sobre un gordito francés y cerró sus fauces en la yugular del infortunado.
-Dejenmelo a mí. -dijo una Marité Dracul de ojos rojos como rubíes, al tiempo que mostraba sus anormalmente grandes incisivos.
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