La nave de Tierra pasó tan velozmente por delante del Sol sin planetas Gisser, que los timbres de alarma de la estación meteorológica del aerolito no tuvieron tiempo de reaccionar. La gran nave era ya visible como una raya de luz en la pantalla de observación cuando Watcher se dio cuenta de ello. Los timbres de alarma debieron ser accionados también en la nave porque el brillante punto movedizo moderó visiblemente su velocidad y, frenando, describió un ancho círculo. Ahora iba alejándose lentamente, tratando sin duda de localizar el pequeño objeto que había afectado sus pantallas de energía.
Al entrar dentro del campo visual apareció vasto en el resplandor del lejano sol blanco-amarillento, mayor de todo lo hasta entonces visto por los Cincuenta Soles. Parecía una nave infernal que saliese del remoto espacio, un monstruo de un mundo semimítico, reconocible —si bien un nuevo modelo— por las descripciones de los libros de historia como una nave de guerra de la Imperial Tierra. Las advertencias de la historia de lo que podía ocurrir algún día habían sido horrendas... y allí estaba.
Watcher sabía su deber. Aquello era una advertencia, la desde tanto tiempo temida advertencia, que mandar a los Cincuenta Soles por radio subespacial no dirigida; y tenía que asegurarse de que no quedase en la estación indicación alguna. Mientras los motores atómicos sobrecargados se disolvían, la maciza construcción que había sido una estación meteorológica se descomponía en sus elementos constructivos.
Watcher no hizo el menor intento por salvarse. Su cerebro, a sabiendas, no debía ser influenciado. Sintió un breve y cegador espasmo doloroso en el momento en que la energía lo redujo a átomos.
Lady Gloria Laurr, Gran Capitán de la nave espacial Constelación, no se tomó la molestia de acompañar la expedición que aterrizó en el aerolito. Pero la siguió con concentrado interés a través de la astroplaca. Desde el primer momento en que los rayos detectores mostraron una figura humana en la estación meteorológica —una estación meteorológica allá fuera— comprendió la extraordinaria importancia del descubrimiento. Su mente saltó en el acto a las diversas posibilidades.
Estaciones meteorológicas significan viajes interestelares. Seres humanos significan origen Tierra. Imaginó cómo podía haber ocurrido; una expedición realizada desde largo tiempo; debía ser desde hacía largo tiempo, porque hoy tenían naves interestelares y esto significaba considerables poblaciones de muchos planetas. «Su majestad —pensó— estaría complacida».
También ella lo estaba. En un arranque de generosidad llamó a la sala de energía.
—Tu rápida operación de incluir todo el aerolito en una esfera de energía protectora será recompensada, Capitán Glone —dijo con calor.
El hombre cuya imagen aparecía en la astroplaca se inclinó.
—Gracias, noble dama. Creo que hemos salvado los componentes atómicos y electrónicos de toda la estación. Desgraciadamente, debido a la interferencia con la energía atómica de la estación, tengo entendido que el Departamento Fotográfico no consiguió obtener claras imágenes.
—El hombre será suficiente —dijo la mujer sonriendo—, y esto es una matriz para lo cual no necesitamos imágenes. —Cortó la comunicación, siempre sonriendo, y volvió su mirada a la escena del aerolito.
Mientras contemplaba la energía y la materia absorberse en su radiante glotonería, pensó: «Ha habido varias tormentas en el mapa de esta estación meteorológica». Las había visto en el rayo escrutador; y una de las tormentas había sido considerable. Su gran nave no podía arriesgarse a avanzar muy rápidamente mientras la localización de la tormenta fuese dudosa.
Razas Del Futuro, Alfred Van Vogt
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