El joven rascó la punta de su nariz, arrancando un pedazo de duda endurecida. La miró un rato con aire distraído, sopesándola en el hueco de su palma para luego arrojarla sobre la vereda y alejarse, visiblemente más liviano.
El pequeño fragmento quedó oscilando en el borde del cordón de la vereda, de donde lo recogió una paloma que lo confundió con una miga de pan duro.
Levantó vuelo, llevándolo en su pico hasta una terraza donde casi choca con un gato negro que la obligó a soltarlo. Pudo escapar, rauda y veloz.
El gato jugó un rato con el vestigio de duda, haciéndolo rodar por el asfalto hasta que se enganchó en una de sus uñas. El felino se incorporó y se lanzó escaleras abajo con ojos preocupados.
Un perro lo interceptó en una esquina y comenzó a ladrarle divertido. El gato, con un zarpazo amenazante, perdió el trozo de duda y volvió a su terraza a desperezarse al sol.
El perro olfateó el objeto, extraño a sus ojos perrunos, enredándolo en sus bigotes desprevenidos. Al instante se echó a correr enloquecido durante largas, interminables cuadras. Se escabulló en un patio trasero, bebió desesperado del agua de la piscina y volvió a las calles moviendo la cola.
La porción de duda se diluyó en el agua verdosa y calma sin demasiado espamento.
Horas más tarde, el joven salió al jardín trasero a regar el pasto. Despreocupado y un tanto incauto tropezó con la manguera, precipitándose en las profundidades de la piscina.
Por algún extraño artificio del destino, no pudo mantenerse a flote y halló la muerte en el verdoso fondo, ahogado sin remedio en su propia duda. Mientras, un lento y silencioso grupo de certezas se amontonaba en el borde de la pileta a observarlo con morbosa curiosidad.
DUDOSO SUCESO, Natalia Andrea Cáceres
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