Mientras leía y releía los datos, un paquete de información golpeó en la puerta de su pantalla. Venía de uno de los satélites con los que habitualmente trabajaba. El MSK-332. Aceptó el paquete de datos, y vio como estos se abrían como una flor en el centro de su pantalla. Olvidó lo que estaba haciendo, y se centró en ellos. Y a medida que los datos se iban ordenando en su mente, dibujando formas y estableciéndose... a medida que eso ocurría, Mark comenzó a inquietarse.
—Esto tiene que estar mal —dijo. su voz sonó extraña en el despachó, demasiado fuerte, elevándose sobre el runrún del ordenador.
El café se consumió en su boca, y su sabor amargo permaneció unos instantes. Había algo en ese conjunto de datos que no le
gustaba ni un pelo. Pidió permiso a Central, y reorientó el satélite ligeramente. Un proceso de rutina. Le indicó a la IA del aparato que activase todos sus sistemas de medida, que previamente no habían sido utilizados, y esperó a que el satélite le
enviase nuevos paquetes de datos, más específicos y precisos que el paquete inicial. Durante los siguientes ciento noventa y un minutos, Mark se olvidó de aquella información extraña, y probablemente errónea, y siguió con sus tablas. Necesitaba que
aceptasen su nuevo artículo. De lo contrario, perdería la subvención estatal y su carrera profesional sufriría un varapalo del que quizá no fuese capaz de recuperarse. Y a saber qué opinaría de eso Dana.
Quizá fuese la gota que colmase el vaso. Quizá fuese el final.
Ya de madrugada, un nuevo paquete de datos, mucho mayor que el anterior, llegó a su ordenador.
Lo abrió con un bostezo, y les echó un vistazo. Esta vez había mucha más información. Abrió una docena de programas de cálculo, y los puso a trabajar.
Necesitaba eliminar el ruido de aquella marabunta de información, quedarse con lo esencial, y poder extraer unas conclusiones. Además de darle un respiro a su cerebro abotargado.
—Pero, ¿qué cojones...? —exclamó, acercándose a la pantalla del ordenador como si eso fuese a hacer cambiar los resultados.
Un escalofrío recorrió su espalda, y sintió que comenzaba a sudar en frío.
—No puede ser —dijo, negando con la cabeza.
Comenzó a calcular el momento angular, la intensidad de emisión de rayos X, posición y velocidad, rotación.
Pero los ordenadores no se equivocaban. Nunca lo hacían. Y menos un ordenador como el suyo. Los programas tenían una fiabilidad total, y si debían sumar dos y dos, el resultado era cuatro invariablemente. Y daba igual que fuesen sumas
sencillas o complejas ecuaciones. No fallaba. Pero los resultados... eran...
Dark, Ernesto Diéguez Casal
No hay comentarios.:
Publicar un comentario