Fragmento - El almuerzo desnudo

El retrete lleva cerrado por lo menos tres horas. Creo que lo están usando de quirófano...
ENFERMERA. —No le encuentro el pulso, doctor.
DR. BENWAY. —A lo mejor se lo metió en un dedil por el jebe.
ENFERMERA. —¿Adrenalina, doctor?
DR. BENWAY. —El sereno se la chutó toda para divertirse. —Mira a su alrededor y coge uno de esos desatascadores de goma con un mango que se usan para retretes atascados... Avanza sobre la paciente—. Haga una incisión, doctor Limpf —dice a su aterrado ayudante—. Voy a darle masaje cardíaco.
Limpf se encoge de hombros e inicia la incisión. El doctor Benway lava el desatascador agitándolo en la taza del water...
ENFERMERA. —¿No deberíamos esterilizarlo, doctor?
DR. BENWAY. —Probablemente, pero no hay tiempo. —Se sienta en el desatascador como si fuera un bastón-asiento, y contempla cómo el ayudante hace la incisión—. Vosotros los jóvenes sois unos inútiles que no podéis sajar un grano sin bisturí eléctrico con drenaje automático y sutura más automática todavía... Dentro de poco estaremos operando por control remoto a unos pacientes que nunca habremos visto... No serviremos más que para apretar botones. La cirugía ya no necesitará habilidad... Ni conocimientos ni técnica... ¿Les he contado que una vez realicé una apendicectomía con una lata de sardinas oxidada? Y otra vez me encontré sin instrumental alguno y quité un tumor uterino con los dientes. Eso fue en el Alto Effendi,
y además...
DR. LIMPF. —La incisión está lista, doctor.
El doctor Benway hace entrar la ventosa del desatascador por la incisión y bombea arriba y abajo. La sangre salta sobre los médicos, la enfermera y las paredes... La ventosa produce un chapoteo espantoso.
ENFERMERA. —Creo que está muerta, doctor.
DR. BENWAY. —Bueno, son gajes del oficio. —Cruza la habitación hacia el botiquín... — ¡Algún jodido drogadicto me ha cortado la cocaína con detergente! ¡Enfermera! ¡Mande al chico a buscarme esa receta a paso ligero!
El doctor Benway opera en un auditorio lleno de estudiantes:
—Bien, jóvenes, no verán ustedes realizar esta operación con mucha frecuencia y hay una buena razón para ello... No tiene el más mínimo valor médico. Nadie sabe cuál era su finalidad, ni si tenía alguna finalidad. Personalmente creo que se trató de una creación puramente artística desde el principio. Al igual que el torero logra eludir con su habilidad y sabiduría el peligro que él mismo ha provocado, el cirujano hace peligrar
deliberadamente al paciente de esta operación, para luego, con increíble rapidez y celeridad, rescatarle de la muerte en la última fracción de segundo disponible... ¿Alguno de ustedes ha visto actuar al doctor Tetrazzini? Digo actuar a sabiendas, porque sus operaciones eran auténticas. Comenzaba lanzando un bisturí sobre el paciente desde la puerta y luego hacía su entrada de bailarín de ballet. Su velocidad era increíble: «Así no
les dejo tiempo para morirse», decía. Los tumores le provocaban un frenesí de rabia. «Jodidas células sin disciplina!», refunfuñaba avanzando sobre el tumor como un navajero.
Un joven se lanza al teatro de operaciones y avanza hacia el paciente empuñando un bisturí.
DR. BENWAY. —¡Un espontáneo! ¡Deténganlo antes de que me destripe al paciente!
Los subalternos forcejean con el espontáneo al que finalmente expulsan de la sala.
El anestesista se aprovecha de la confusión para arrancar un grueso empaste de oro al
paciente...

El almuerzo desnudo, WILLIAM S. BURROUGHS

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