A muchos nos ha asustado. A otros muchos nos ha conmovido y aturdido. ¿Y por qué no? Las cuatro dimensiones del espacio-tiempo nos han traicionado. Siempre fueron inseparables, y ahora ha ocurrido lo imposible.
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Después de haberles contado lo que sé, no les sirvo actualmente de nada- no haría más que molestarles. Por eso, aunque conozco la disposición general del campo y estoy muy al tanto de los experimentos eléctricos que se realizan en él, sé, en cambio, lo mismo que ustedes acerca de los experimentos dimensionales que ahora se llevan allí a cabo.
Ni tampoco puedo explicarme mejor que ustedes lo que sucedió allí.
Pero sí sé, y soy el único que lo sabe, la historia completa del impacto de la "nueva cosa" en un ser humano, y quiero contar aquí esa historia.
Ustedes han leído ya los nombres de las víctimas. A Mary de Sellers la conocí desde niña. Me crié con su esposo Tom, del cual era su mejor amigo. Estaba en el campo con ellos, en el momento de la muerte de Mary, cuando lo "desconocido" asestó su golpe.
Eran aproximadamente las nueve y veinte de una noche muy serena. La luna llena nos permitía ver claramente los detalles más grandes del área. A unos cuantos cientos de metros de distancia, hacia el oeste, en la dirección de Nueva York, se hallaba el grupo de edificios que componían la parte interior de los Laboratorios Wilson. Entre ellos se extendía el campo empleado para los experimentos exteriores: una superficie rectangular de unas tres hectáreas, un campo de trigo en otros tiempos, ahora una llanura cubierta de hierbajos y surcada irregularmente por profundas zanjas. En un gran
óvalo se erguían media docena de altas torres de hierro, y en el centro de ellas, dos más altas aún: era el área del misterio. El campo estaba rodeado por una alta alambrada, en la que se veían, a intervalos regulares, unos carteles que decían:
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Después de haberles contado lo que sé, no les sirvo actualmente de nada- no haría más que molestarles. Por eso, aunque conozco la disposición general del campo y estoy muy al tanto de los experimentos eléctricos que se realizan en él, sé, en cambio, lo mismo que ustedes acerca de los experimentos dimensionales que ahora se llevan allí a cabo.
Ni tampoco puedo explicarme mejor que ustedes lo que sucedió allí.
Pero sí sé, y soy el único que lo sabe, la historia completa del impacto de la "nueva cosa" en un ser humano, y quiero contar aquí esa historia.
Ustedes han leído ya los nombres de las víctimas. A Mary de Sellers la conocí desde niña. Me crié con su esposo Tom, del cual era su mejor amigo. Estaba en el campo con ellos, en el momento de la muerte de Mary, cuando lo "desconocido" asestó su golpe.
Eran aproximadamente las nueve y veinte de una noche muy serena. La luna llena nos permitía ver claramente los detalles más grandes del área. A unos cuantos cientos de metros de distancia, hacia el oeste, en la dirección de Nueva York, se hallaba el grupo de edificios que componían la parte interior de los Laboratorios Wilson. Entre ellos se extendía el campo empleado para los experimentos exteriores: una superficie rectangular de unas tres hectáreas, un campo de trigo en otros tiempos, ahora una llanura cubierta de hierbajos y surcada irregularmente por profundas zanjas. En un gran
óvalo se erguían media docena de altas torres de hierro, y en el centro de ellas, dos más altas aún: era el área del misterio. El campo estaba rodeado por una alta alambrada, en la que se veían, a intervalos regulares, unos carteles que decían:
NO ACERCARSE. EXPERIMENTOS ELÉCTRICOS. PELIGRO.
La Dimension Fatal, Harry Bates
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