Fragmento

Es misión de los agaráfobos y los claustrófobos colonizar la Luna. O crear agarófílos y claustrófilos, porque los hombres que se lanzan al espacio es mejor que no tengan fobias. Si algo en un planeta, sobre un planeta o en los espacios vacíos que separan los planetas, es susceptible de asustar a 'un hombre, éste hará mejor en no moverse de la madre Tierra. El hombre que quiere vivir su vida alejado de tierra firme debe estar dispuesto a encerrarse en una exigua nave del espacio, sabiendo que puede ser su ataúd, sin desfallecer ante las inmensas extensiones cósmicas. Los hombres del espacio, pilotos, mecánicos y astrogadores, están aficionados a vivir a algunos miles de kilómetros de la biblioteca contigua.

Por otra parte, los colonizadores de la Luna tienen que pertenecer a esa especie de hombres que se siente feliz y a sus anchas viviendo bajo tierra como en una angosta madriguera.
Durante mi segundo viaje a Luna City, fui al observatorio Richardsón, tanto para ver el Gran Ojo como para buscar el argumento de una historia que me pagase mis vacaciones. Presenté mi carnet de periodista, charlé un rato y acabé visitando todo aquello acompañado por el jefe. Fuimos al túnel del norte, que estaba siendo horadado en el lugar del proyectado coronascopo.

Fue una excursión pesada, subimos en un scooter, bajamos a un túnel absolutamente informe, subimos de nuevo saliendo por una compuerta de aire, tomamos otro scooter y repetimos el recorrido. Mister Knowles lo amenizo con su charla.

- Todo esto es provisional - explicó -. Una vez hayamos horadado el segundo túnel, los conectaremos, quitaremos las compuertas de aire, abriremos un paso orientado al Norte en éste, otro orientado al Sur en el otro y se podrá dar la vuelta en menos de tres minutos, lo mismo que en Luna City... o en Manhattan...

-¿Por qué no quitar las compuertas de aire ya? - pregunté mientras entrábamos en la que hacía siete -. Hasta ahora, la presión ha sido la misma en un lado que en el otro de todas ellas.

- ¿Es que quiere usted sacar provecho de una peculiaridad de este planeta para inventar una historia sensacional? - me preguntó, intrigado.

- Mire usted - respondí, sintiéndome ofendido -, pretendo ser de tan confianza como el que más, pero si hay algo en este proyecto que no sea del todo limpio, vámonos de aquí y dejémoslo. No me gusta la censura.

- Cálmese, Jack... - dijo suavemente, llamándome por primera vez por mí nombre de pila; lo observé, pero no dije nada -. Nadie va a censurarle a usted. Estamos encantados de cooperar con ustedes, pero la Luna tiene una reputación demasiado mala; reputación que, por otra parte, no merece.
No contesté.


CABALLEROS, PERMANEZCAN SENTADOS, Robert A. Heinlein

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