José se levantó más moucho, más embotado que de costumbre.
Arrastró los pies hasta el baño y se lavó la cara. Miró la imágen que le devolvió el espejo y pensó que definitivamente no tenía buena cara.
Un sentimiento de inquietud repentina le hizo volver rapidamente a su cuarto. Allí, sobre el escritorio, estaba el pendriver. Alzarlo le devolvió la tranquilidad.
Parte de la culpa de su embotamiento la tenía el calor que no dejó de apretar en la última semana, día y noche. Pero también las botellas de Cabernet-Sauvignon que había tomado en casa del Negro.
El Negro era escritor, aún no reconocido, pero se ganaba unos mangos escribiendo críticas literarias, ensayos cinematográficos y otras huevonadas. Pero no sabía nada de computación, era casi fóbico a la tecnología. José lo había convencido para que deje de lado la vieja Remington comprada en un remate judicial y adquiriera una PC en cuotas, y una impresora.
Una o dos veces por semana, José visitaba el altillo de Once donde el Negro vivía y le revisaba la máquina y evacuaba dudas. A cambio, el Negro cocinaba o compraban unas empanadas y se tomaban algún vinillo.
El Negro era gay. A José eso no le molestaba, ninguno se metía con la sexualidad del otro. Al contrario, la condición reconocida de gay de su amigo le servía (y le serviría aún más durante la investigación policial), para mejorar su apariencia, gracias a los consejos que el Negro le daba y a la proliferación de mujeres que revoloteaban a su alrededor.
Anoche había visitado al Negrito por última vez. Pidieron empanadas (dos de carne picante y una de pollo para José, una de verdura, otra de queso y cebolla y la tercera de tomate, albahaca y queso para el Negro).
Abrieron y tomaron tres botellas de un tinto mendocino espectacular y charlaron.
El Negro insistió en pagar él y cuando sonó el timbre, mientras José destapaba el vino, corrió radiante a atender al pibe del delivery, como esas novias de películas norteamericas, que corrían a recibir al joven (invariablemente llamado Bill o Jack o Hank) que volvía de la guerra en el Pacífico o Europa. Incluso le dejó una buena propina al chaboncito.
-¿Que te pasa que estás tan contento?
-¡Acabo de terminar mi novela! Y, modestia aparte, creo que será un best-seller.
-¡Te felicito Negro!
Y apenas terminó de decir esto, el plan nació en su mente. A medida que la velada avanzaba (y el vino se "evaporaba"), el plan fue tomando forma.
Y cuando la tercera botella se terminó, José la tomó y con ella le partió la cabeza.
Lo demás son solo detalles. Desnudar el cuerpo exánime de su amigo (ahora su víctima), meterle un vibrador en el culo, llenar la bañera, meterlo dentro, limpiar la escena.
Levantó el archivo novela.doc y otros archivos en el pendriver, borró todo rastro en la PC.
Cargó en un bolso algunas cosas de valor para aparentar un crimen (en el camino se deshacería de él) y se fue, con otra ropa puesta, por las dudas algún vecino insomne lo viera salir.
Llegó a su departamento y se acostó.
Llamó a la casa del Negro, pero obviamente nadie atendió. Dejó un mensaje casual, "¿Como andás Negrito? ¿Te parece que el martes pase por tu casa? Avisame. Chau."
El martes volvió a llamar. El jueves lo llamó la policía, apenas descubierto el cadaver. Fue a la morgue a reconocer el cuerpo, hasta lloró y todo (solo Dios sabía la falta que le hacía descargarse).
Declaración ante un suboficial gordo y sudoroso. Crimen pasional seguido de robo, estos putos terminan así dijo el policía (luego pidió disculpas por el término), se levantan a un chongo y después aparecen muertos culoparriba, uno o dos de estos casos tenemos al mes, lo peor es la familia, seguía diciendo el cana, que a veces se entera de esta forma que el muerto era trolo. Vaya nomás.
José salió de la comisaría pensando en la guita que ganaría con la novela. Seguro se la dedicaría al Negrito, pobre.
2 comentarios:
una buena incursion en el policial negro.
Chagracia
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