Fragmento - LA ODISEA DE CATADONIA

          Catay, Caledonia. Unid las dos palabras: Catadonia. Eso precisamente fue lo que hizo el hombre que bautizó el planeta, un asesino con la sensibilidad de un poeta. Unió las dos exóticas palabras, Catay y Caledonia, en forma tal que el lugar que designaban pudiera tener un nombre adecuado a su propia y encantadora belleza. Catadonia. Exótico, lejano, mágico, impenetrable. Un mundo de innumerables lagunas. Un mundo de «huertos» grotescamente formados, un mundo con un gran océano angustioso.
Catadonia.
Y la primera cosa que los hombres hicieron allí, abajo en la superficie, fue matar a tantos pequeños, exóticos y trípedos nativos como sus pistolas láser les permitieron.
Los hombres de la nave mercante los denominaron pseudocalamares.  Y también usaron otros imaginativos nombres, tal vez inspirados por el sensible asesino que había acuñado el nombre del planeta. Trífidos. Ondipúrpuras. Coliagudos. Gatosauces. Monos diablo.

No importan los nombres. Los hombres mataron a las criaturas desenfrenada, brutal, risueñamente. Por deporte. Por nada que no fuera deporte. Viajaban en la nave mercante Áurea, dirigiéndose hacia el hogar desde una región colonizada del brazo galáctico. Aterrizaron porque realmente nadie había advertido Catadonia antes y porque querían descansar. En la superficie, con el fin de relajarse, mataron a los pseudocalamares de ridícula apariencia. O trífidos. U ondipúrpuras. O coliagudos. Elegid el nombre que más os guste. No importan los nombres.
Ya de vuelta, el capitán de la Áurea informó del nuevo planeta a las autoridades. Utilizó el nombre Catadonia, la invención del asesino, y ese fue el que constó en los archivos. El capitán no habló para nada de la sanguinaria recreación de sus tripulantes con el planeta. ¿Cómo podía? En lugar de eso, dio las coordenadas, informó que el aire era respirable, y añadió la información de que Catadonia era hermoso. «Hermoso, realmente hermoso»

Los hombres de la Áurea, después de todo, no eran salvajes. ¿No había dejado uno de ellos que la palabra Catadonia vibrara en sus labios en un momento de éxtasis sanguinario? ¿No perdonaba el universo a sus poetas, a quienes le ponían nombres?
Posteriormente, La Tierra envió a la nave de reconocimiento Nobel hacia la virginal lactaesencia de las Nubes de Magallanes en dirección a Catadonia. La Nobel, una vez llegada allí, mandó una nave de descenso hacia el gran océano del planeta. Los tres científicos dentro de ella debían establecer una estación flotante cuyo fin sería determinar la probabilidad de encontrar vida en Catadonia. El capitán de la Áurea no había informado sobre ello. Los científicos no conocían su existencia. Las pruebas sensoras preeliminares de la Nobel sugirieron la presencia de especies botánicas y la posibilidad de que hubiera algún tipo de vida acuática en germen. Nada sensible, seguramente.

Fuera cual fuese la situación allí, los científicos a bordo de la estación flotante la aclararían.

LA ODISEA DE CATADONIA, Michael Bishop

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