Fragmentos

“ Huye Max. ¡Huye! “
Fueron las primeras palabras que acudieron a su mente. Una desesperada orden a gritos dirigida a él mismo. Max reaccionó precipitadamente.
“ ¡ Huye, sal de aquí ! ” No se detuvo a pensar. “ ¡ Maldita sea ! “ Se levantó de su butaca de neo-cuero precipitadamente. La consola de navegación saltó por los aires, cayendo al suelo arrastrada por los cables de neuroconexión. “Mierda, mierda“. Su corazón estaba acelerado, su vida podía depender de aquellos instantes. “¡Tengo que salir de aquí! “ gritó en su mente.
Max Corbera intentaba abandonar de una forma demasiado apresurada su viaje por la Matriz. Abrió los ojos y sus irises estaban todavía contraídos, aunque se hallaba rodeado por la penumbra de su austero apartamento.
Gotas de lluvia. Luces. Colores. Proyecciones distorsionadas de la calle a través del cristal. La sombra de las persianas en las paredes de la habitación. Torrentes digitales que provenían de la consola de navegación.
Cielo azul. Arena blanca. Caótica fusión de realidades. Un caos absoluto e incontrolable de sensaciones. Abultados lazos de cables y fibra óptica en las paredes y el suelo. “ No no no no ” Solo la débil y casi imperceptible luz de una cinta fluorescente Phillips brillaba bajo el deteriorado techo. Las paredes llevaban un nombre pintado en sangre. “Humberto Salgado,¡quién es Humberto Salgado! Esto no va bien, sal de aquí maldita sea!” Se gritó a sí mismo. “¡Fuera!“
Max arrancó de cuajo los cables de conexión del puerto neuronal de su nuca. Flujo interrumpido. Neuro-shock. La reacción de su sistema nervioso al abandonar tan repentinamente el tránsito de la Matriz fue un pinchazo repentino, intenso.
“¡Mierda mierda mier...!”. El latigazo recorrió su espina dorsal por completo.
Lo peor vendría después. Max lo sabía perfectamente: la subida de adrenalina, seguida por una sensación que podria parecerse a la que se experimentaría en un giro vertical de ciento ochenta grados a la velocidad del sonido en la estratosfera terrestre.
Cerró los párpados con fuerza. Las náuseas invadieron su estómago. La última vez que desconectó tan repentinamente terminó por vomitar sobre la consola toda la comida que había ingerido aquel día. Aquello ocurrió en Estambul. De eso hacía más de cinco años y las conexiones neuronales no estaban tan perfeccionadas por aquel entonces. No tenia el dinero para agenciarse un puerto mejor, ni su cabeza estaba habituada todavía a surfear por la Matriz.
Max vaciló y resbaló ligeramente. Sus pies tropezaron. Atravesaron cajas de pizza, restos de comida, periódicos viejos y manchados, latas de cerveza abiertas y otras sin abrir desparramadas por el suelo. Su cabeza todavía estaba en tránsito, a medio camino entre el mundo digital y el mundo real.
“¡La puerta!,¿Donde está la maldita puerta?“ Con los ojos todavía cerrados, corrió instintivamente hacia la puerta del apartamento tirando al suelo montones de cajas de software que se desmoronaron al golpearlas. Un instinto que se vio anulado cuando sintió que toda la habitación giraba vertiginosamente a su alrededor.

Arlequín, Jordi Armengol Carner

2 comentarios:

Glas dijo...

quiero llorar porque me da la gana,
como lloran los niños
del último banco,
porque yo no soy un hombre,
ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido
que ronda las cosas del otro lado.

Jordi Armengol dijo...

Una gratificante sorpresa. Muchas gracias por incluir un fragmento de Arlequín en tu blog. Espero que te haya gustado. ¡Un abrazo desde Barcelona!