Fragmento - Un yanki en la corte del rey Arturo

Se llamaban hombres libres, pero no podían abandonar las propiedades de su señor feudal o de su obispo sin contar con un permiso expreso; no se les permitía hacer su propio pan porque tenían que trillar el maíz y cocer el pan en los molinos yhornos del respectivo señor, y además, pagarle un precio alto; no podían vender ningún artículo de su propiedad sin pagar al señor un importante porcentaje de los beneficios, ni comprar artículos de propiedad ajena sin reservar para su señor una suma en efectivo como «presente» por el privilegio de poder efectuar la transacción; debían recolectar el grano de su señor sin recibir pago alguno, y estar siempre dispuestos a acudir inmediatamente en el momento en que fuesen requeridos, abandonando sus cosechas a la destrucción por la tormenta que amenazaba, debían consentir que el señor plantara en sus campos árboles frutales y luego callar su indignación cuando los descuidados recolectores de las frutas pisoteaban el grano cercano a los árboles; tenían que tragarse la ira cuando las partidas de caza del señor galopaban a través de sus campos, arruinando los frutos de su paciente tarea; no se les permitía poseer palomas, y cuando las bandadas provenientes del pa lomar de milord se posaban sobre sus cosechas no debían perder los estribos y matar un pájaro, porque sería terrible el castigo; cuando, finalmente, se había recogido la cosecha comenzaba la procesión de ladrones para exigir sus chantajes: primero, la Igle sia separaba sus provechosos diezmos; a continuación, el comisario del rey se quedaba con un 20 por 100; después, los representantes de milord hacían una poderosa incursión en lo que restaba; después de lo cual el esquilmado hombre libre estaba en libertad de invertir los remanentes en su establo, en caso de que valiera la pena, porque había impuestos, e impuestos, e impuestos, y más impuestos, y de nuevo impuestos, y todavía otros impuestos sobre este paupérrimo hombre libre e independiente, pero ninguno sobre el lord, el barón o el obispo, ninguno sobre la derrochadora nobleza o la Iglesia voraz; si el barón quería dormir a sus anchas, el hombre libre debía pasar la noche en vela, después de un día entero de trabajo, y remover el agua de los pozos para que no croasen las ranas; si la hija del hombre libre se disponía a contraer matrimonio..., pero no, esta última infamia de los gobiernos monárquicos no se puede imprimir...

Un yanki en la corte del rey Arturo, Mark Twain

Proponen clasificar los exoplanetas según su habitabilidad

Un estudio elaborado por científicos de la NASA, SETI y el Centro Aeroespacial de Alemania propone un sistema de calificación de los exoplanetas que determine su parecido con la Tierra y su índice de habitabilidad, con el fin de describir una variedad de parámetros físicos y químicos que son, teóricamente, propicios para la vida.
   Los autores de este trabajo, han señalado que los índices de similitud constituyen una poderosa herramienta para clasificar y extraer patrones a partir de conjuntos de datos grandes y complejos. Además, han resaltado que marcan el primer intento de los científicos para clasificar los exoplanetas y muchas exolunas que se espera que se puedan estudiar de manera más detallada en un futuro.
   El científico Dirk Schulze-Makuch ha indicado que la primera pregunta que se plantea para el proyecto es si las condiciones similares a la Tierra se pueden encontrar en otros mundos; y la segunda es si las condiciones existentes en los exoplanetas sugieren la posibilidad de formar vida, ya sea con en la Tierra o no.
   Schulze-Makuch ha apuntado que "en la práctica, el interés en los exoplanetas se va a centrar inicialmente en la búsqueda de planetas como la Tierra pero sabiendo que esta decisión es restrictiva y que con el tiempo los estudios evolucionarán" para captar "la variedad de posibles formas de vida que, al menos en principio, también pueden existir en otros mundos".
   Así, ha indicado que "habitabilidad en su sentido más amplio no se limita necesariamente al agua como disolvente o a un planeta orbitando una estrella". "Por ejemplo, los lagos de hidrocarburo en Titán podrían alojar una forma diferente de vida tal y como demuestran los estudios analógicos en entornos de hidrocarburos en que se han realizado en la Tierra y que indican que éstos ambientes son habitables".
   De este modo, los científicos no descartan que un planeta "huérfano" que vague por el espacio libre de cualquier estrella también podría contar con condiciones adecuadas para albergar algún tipo de vida en su interior.
   Los autores reconocen que este estudio puede tener "una parte especulativa" pero, a su juicio, "la alternativa es correr el riesgo y estudiar mundo potencialmente habitables". "La propuesta es informado por los parámetros químicos y físicos que son propicios para la vida en general", ha insistido Schulze-Makuch.

Fragmento - La peste escarlata

El camino, de borroso trazado, seguía lo que en otro tiempo había sido el terraplén de una vía férrea que, desde hacía muchos años, ningún tren había recorrido. A derecha e izquierda, el bosque, que invadía e hinchaba las laderas del terraplén, envolvía el camino en una ola verde de árboles y matorrales. El camino no era otra cosa que un simple sendero, con anchura apenas suficiente para que dos hombres avanzaran de lado. Era algo así como una pista de bestias salvajes.

Aquí y allí se veían fragmentos de hierro oxidado que indicaban que, debajo de la maleza, seguía habiendo rieles y traviesas. En cierto punto, un árbol, al crecer, había levantado en el aire un riel entero, que quedaba al descubierto. Una pesada traviesa había seguido al riel, y seguía unida a él por medio de una tuerca. Debajo se veían las piedras del balasto, medio recubiertas de hojas muertas. El riel y la traviesa, enlazadas de aquel modo extraño, apuntaban hacia el cielo, fantasmagóricamente. Por vieja que fuera la vía férrea, se constataba sin dificultad, por su estrechez, que había sido de vía única.

Un anciano y un muchacho iban por el camino. Avanzaban con lentitud, ya que el viejo estaba doblado bajo el peso de los años. Un comienzo de parálisis hacía que sus miembros y sus ademanes temblequearan, y caminaba apoyado en su bastón.

Un gorro de piel de cabra le protegía la cabeza del sol. Por debajo de este gorro pendía una franja de ralos cabellos blancos, sucios y desgreñados.

Una especie de visera, ingeniosamente hecha con una ancha hoja curva, le protegía los ojos de un exceso de luz. Banjo esa visera, la mirada del pobre hombre, bajada hacia el suelo, seguía atentamente el movimiento de sus propios pies en el sendero. Su barba caía en greñas torrenciales hasta su cintura, y hubiera debido ser, igual que los cabellos, blanca como la nieve; pero, como ellos, testimoniaba una negligencia y una miseria extremas.

Un mísero vestido de piel de cabra, de una sola pieza, colgaba sobre el pecho y la espalda del viejo, cuyos brazos y piernas, lastimosamente descarnados, y cuya piel marchita- testimoniaban una edad muy avanzada. Las desolladuras y cicatrices que le cubrían los miembros, así como lo atezado de su piel, indicaban que hacía largo tiempo que aquel hombre estaba expuesto al choque-directo con la naturaleza y los elementos.

El muchacho andaba delante suyo, ajustando el ardoroso vigor de sus piernas a los pasos lentos del viejo que le seguía. También él tenía por única vestidura una piel de animal: un trozo de piel de oso de bordes desiguales, con un agujero central por el que se lo pasaba por la cabeza.

Aparentaba todo lo más doce años, y llevaba, coquetonamente colocada encima de una oreja, una cola de cerdo recién cortada.

Llevaba en la mano un arco de tamaño medio y una flecha, y en su espalda colgaba un carcaj lleno de flechas. De una funda que le pendía del cuello, sujeta por una correa, salía el mango nudoso de un cuchillo de caza. El muchacho era negro como una mora, y su modo ágil de moverse recordaba el de un gato. Sus ojos azules, de un azul intenso, eran vivos y penetrantes como barrenas, y su color celeste contrastaba extrañamente con la piel quemada por el sol que los enmarcaba.

Su mirada parecía saltar incesantemente hacia todos los objetos circundantes, y las aletas de su nariz palpitaban y se dilataban en un perpetuo acecho del mundo exterior, del que recogían ávidamente todos los mensajes. Su oído parecía igualmente fino, y estaba tan adiestrado que operaba automáticamente, sin ningún esfuerzo auditivo especial. Con toda naturalidad, sin la menor tensión adicional, su oído percibía, en la aparente calma reinante, los más leves sonidos, los distinguía unos de otros y los clasificaba: el roce del viento en las hojas, el zumbido de una abeja o una mosca, el rumor sordo y lejano del mar, que llegaba
atenuado en un débil murmullo, el imperceptible rascar de las patas de un pequeño roedor limpiando de tierra la entrada de su guarida...

De pronto, el cuerpo del muchacho se tensó en posición de alerta. El sonido, la visión y el olor lo habían advertido simultáneamente. Tendió la mano hacia el viejo, lo tocó, y ambos permanecieron inmóviles y silenciosos.

La peste escarlata, Jack London

El discurso del astrólogo

[...El Astrólogo] Dijo:



­ Sí, llegará un momento en que la humanidad escéptica, enloquecida por los placeres, blasfema de impotencia, se pondrá tan furiosa que será necesario matarla como a un perro rabioso...


­ ¿Qué es lo que dice?...


­ Será la poda del árbol humano... una vendimia que sólo ellos, los millonarios, con la ciencia a su servicio, podrán realizar. Los dioses, asqueados de la realidad, perdida toda ilusión en la ciencia como factor de felicidad, rodeados de esclavos tigres, provocarán cataclismos espantosos, distribuirán las pestes fulminantes... Durante algunos decenios el trabajo de los superhombres y de sus servidores se concretará a destruir al hombre de mil formas, hasta agotar el mundo casi... y sólo un resto, un pequeño resto, será aislado en algún islote, sobre el que se asentarán las bases de una nueva sociedad.


Barsut se había puesto en pie. Con el entrecejo fiero, y las manos metidas en los bolsillos del pantalón, se encogió de hombros, preguntando:


­ Pero, ¿es posible que usted crea en la realidad de esos disparates?


­ No, no son disparates, porque yo los cometería aunque fuera para divertirme.


Y continuó:


­ Desdichados hay que creerán en ellos... y eso es suficiente... Pero he aquí mi idea: esa sociedad se compondrá de dos castas, en las que habrá un intervalo... mejor dicho una diferencia intelectual de treinta siglos. La mayoría vivirá mantenida escrupulosamente en la más absoluta ignorancia, circundada de milagros apócrifos, y por lo tanto mucho más interesantes que los milagros históricos, y la minoría será la depositaria absoluta de la ciencia y del poder. De esa forma queda garantizada la felicidad de la mayoría, pues el hombre de esta casta tendrá relacion con un mundo divino, en el cual hoy no cree. La minoría administrará los placeres y los milagros para el rebaño, y la edad de oro, edad en la que los ángeles merodeaban por los caminos del crepúsculo y los dioses se dejaron ver en los claros de luna, será un hecho.


[...]


­ ¿Y la idea?


­ Aquí llegamos... Mi idea es organizar una sociedad secreta, que no tan sólo propague mis ideas, si no que sea una escuela de futuros reyes de hombres. Ya sé que usted me dirá que han existido numerosas sociedades secretas... y eso es cierto... todas desaparecieron porque carecían de bases sólidas, es decir, que se apoyaban en un sentimiento o en una irrealidad política o religiosa, con exclusión de toda realidad inmediata. En cambio, nuestra sociedad se basará en un principio más sólido y moderno: el industrialismo, es decir, que la logia tendrá un elemento de fantasía, si así se quiere llamar a todo lo que le he dicho, y otro elemento positivo: la industria, que dará como consecuencia el oro.


El tono de su voz se hizo más bronco. Una ráfaga de ferocidad ponía cierta desviación de astigmatismo en su mirada. Movió la greñuda cabeza a diestra y siniestra, como si le punzara el cerebro la agudeza de una emoción extraordinaria, apoyó las manos en los riñones y renaudando el ir y venir, repitió:


­ ¡Ah! el oro... el oro... ¿Sabe cómo lo llamaban los antiguos germanos al oro? El oro rojo... El oro... ¿Se da cuenta usted? No abra la boca, Satanás. Dése cuenta, jamás, jamás ninguna sociedad secreta trató de efectuar semejante amalgama. El dinero será la soldadura y el lastre que concederá a las idea el peso y la violencia necesarios para arrastrar a los hombres. Nos dirigiremos en especial a las juventudes, porque son más estúpidas y entusiastas. Les prometeremos el imperio del mundo y del amor... Les prometeremos todo... ¿me comprende usted?... Y les daremos uniformes vistosos, túnicas esplendentes... capacetes con plumajes de variados colores... pedrerías... grados de iniciación con nombres hermosos y jerarquías... Y allá en la montaña levantaremos el templo de cartón... Eso será para imprimir una cinta... No, cuando hayamos triunfado levantaremos el templo de las siete puertas de oro... Tendrá columnas de mármol rosado y los caminos para llegar a él estarán enarenados con granos de cobre. En torno construiremos jardines... y allá irá la humanidad a adorar el dios vivo que hemos inventado.


­ Pero el dinero para hacer todo eso... los millones...


A medida que el Astrólogo hablaba, el entusiasmo de éste se contagiaba a Erdosain. Se había olvidado de Barsut, aunque éste se encontraba frente a él. Sin poderlo evitar, evocaba una tierra de posible renovación. La humanidad viviría en perpetua fiesta de simplicidad, ramilletes de estroncio tachonarían la noche de cascadas de estrellas rojas, un ángel de alas verdosas soslayaría la cresta de una nube, y bajo las botánicas arcadas de los bosques se deslizarían hombres y mujeres, envueltos en túnicas blancas, y limpio el corazón de la inmundicia que a él lo apestaba. Cerró los ojos, y el semblante de Elsa se deslizó por su memoria, mas no despertó ningún eco, porque la voz del Astrólogo llenaba la cochera con esta réplica salvaje:


­ ¿Así que le interesa de dónde sacaremos los millones? Es fácil. Organizaremos prostíbulos. El Rufián Melancólico será el Gran Patriarca Prostibulario... todos los miembros de la logia tendrán interés en las empresas... Explotaremos la usura... la mujer, el niño, el obrero, los campos y los locos. En la montaña... será en el Campo Chileno... colocaremos lavaderos de oro, la extracción de metales se efectuará por electricidad. Erdosain ya calculó una turbina de 500 caballos. Prepararemos el ácido nítrico reduciendo el nitrógeno de la atmósfera con el procedimiento del arco voltaico en torbellino y tendremos hierro, cobre y aluminio mediante las fuerzas hidroeléctricas. ¿Se da cuenta? Llevaremos engañados a los obreros, y a los que no quieran trabajar en las minas los mataremos a latigazos. ¿No sucede esto hoy en el Gran Chaco, en los yerbales y en las explotaciones de caucho, café y estaño? Cercaremos nuestras posesiones de cables electrizados y compraremos con una pera de agua a todos los polizontes y comisarios del Sur. El caso es empezar. Ya ha llegado el Buscador de Oro. Encontró placeres en el campo chileno, vagando con una prostituta llamada la Máscara. Hay que empezar. Para la comedia del dios elegiremos un adolescente... Mejor será criar un niño de excepcional belleza, y se le educará para hacer el papel de dios. Hablaremos... se hablará de él por todas partes, pero con misterio, y la imaginación de la gente multiplicará su prestigio. ¿Se imagina usted lo que dirán los papanatas de Buenos Aires cuando se propague la murmuración de que allá en las montañas del Chubut, en un templo inaccsesible de oro y de mármol, habita un dios adolescente... un fantástico efebo que hace milagros?


­ ¡Sabe que sus disparates son interesantes!


­ ¿Disparates? ¿No se creyó en la existencia del plesiosaurio que descubrió un inglés borracho, el único habitante del Neuquén a quien la policía no deja usar revólver por su espantosa puntería?... ¿No creyó la gente de Buenos Aires en los poderes sobrenaturales de un charlatán brasileño que se comprometía curar milagrosamente la parálisis de Orfilia Rico? Aquél sí que era un espectáculo grotesco y sin pizca de imaginación. E innumerables badulaques lloraban a moco tendido cuando el embrollón enarboló el brazo de la enferma, que todavía está tullido, lo cual prueba que los hombres de ésta y de todas las generaciones tienen absoluta necesidad de creer en algo. Con la ayuda de algún periódico, créame, haremos milagros. Hay varios diarios que rabian por venderse o explotar un asunto sensacional. Y nosotros les daremos a todos los sedientos de maravillas un dios magnífico, adornado de relatos que podemos copiar de la Biblia... Una idea se me ocurre: anunciaremos que el mocito es el Mesías pronosticado por los judíos... Hay que pensarlo... Sacaremos fotografías del dios de la selva... Podemos imprimir una cinta cinematográfica con el templo de cartón en el fondo del bosque, el dios conversando con el espíritu de la Tierra.


­ Pero usted, ¿es un cínico o un loco?


Erdosain lo miró malhumorado a Barsut. ¿Era posible que fuera tan imbécil e insensible a la belleza que adornaba los proyectos del Astrólogo? Y pensó: "Esta mala bestia le envidia su magnífica locura al otro. Ésa es la verdad. No quedará otro remedio que matarlo."


­ Las dos cosas, y elegiremos un término medio entre Krishnamurti y Rodolfo Valentino, pero más místico; una criatura que tenga un rostro extraño simbolizando el sufrimiento del mundo. ¿Se imagina usted la impresión que causará al populacho el espectáculo del dios pálido resucitando a un muerto, el de los lavaderos de oro con un arcángel como Gabriel custodiando las barcas de metal y prostitutas deliciosamente ataviadas dispuestas a ser las esposas del primer desdichado que llegue? Van a sobrar solicitudes para ir a explotar la ciudad del Rey del Mundo y a gozar de los placeres del amor libre... De entre esa ralea elegiremos los más incultos... y allá abajo les doblaremos bien el espinazo a palos, haciéndolos trabajar veinte horas en los lavaderos.

El discurso del astrólogo (Los siete locos), Roberto Arlt

Rusia regresa a su peor pesadilla

Rusia va a intentar cumplir un sueño nacido en la Unión Soviética: viajar con éxito a Fobos, la luna de Marte. La nave destinada a cumplirlo, Fobos-Grunt, que se lanza hoy, hará en realidad el más difícil todavía: posarse sobre Fobos, a más de 200 millones de kilómetros, y regresar a la Tierra con un puñado de tierra del satélite. Es una misión que ningún otro país ha logrado nunca y que muchos expertos miran con escepticismo.

El cohete Zenit en el que viaja la sonda tiene previsto su despegue desde el cosmódromo de Baikonur (Kazajistán) a las 21.16 de la noche GMT. Si hay algún problema, los rusos podrán lanzar la misión hasta el próximo 25 de noviembre. A bordo del cohete también viaja el Yinghuo 1, que será la primera nave china que orbite Marte y tome mediciones sobre su atmósfera. 

Nota completa

Ulrica

Hann tekr sverthit Gram ok
leggr i methal theira bert.
Völsunga Saga, 27

Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, o cual es lo mismo. Los hechos ocurrieron hace muy poco, pero sé que el hábito literario es asimismo el hábito de intercalar  rasgos circunstanciales y de acentuar los énfasis. Quiero  narrar mi encuentro  con Ulrica (no supe su apellido y tal vez no lo sabré nunca) en la ciudad de York. La crónica abarcará una noche y una mañana.

Nada me costaría referir que la vi por primera vez junto a las Cinco Hermanas de York,  esos vitrales puros de toda imagen que respetaron los iconoclastas de Cromwell, pero el hecho es que nos conocimos en la salita  del Northern Inn, que está del otro lado de las murallas. Eramos pocos y ella estaba de espaldas. Alguien le ofreció una copa y rehusó.

 -Soy feminista -dijo-. No quiero  remedar  a los hombres. Me desagradan su tabaco y su alcohol.

La frase quería ser ingeiosa  y adiviné  que  no era la primera vez que la pronunciaba. Supe después que no era característica de ella, pero lo que decimos no siempre se parece a nosotros.

Refirió  que había llegado tarde al museo, pero que la dejaron entrar cuando supieron  que era noruega.

Uno de los presentes comentó:
 -No es la primera vez que  los noruegos entran en York.
 -Así es -dijo ella-. Inglaterra fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse.

Fue entonces cuando la miré. Una línea de William Blake  habla de muchachas de suave plata o furioso oro, pero en Ulrica estaban el oro y la suavidad. Era ligera y alta, de rasgos afilados y de ojos grises. Menos  que su rostro  me impresióno su aire  de tranquilo  misterio. Sonreía fácilmente y la sonrisa parecía alejarla. Vestía de negro, lo cual es raro en tierras del Norte, que tratan de alegrar con colores lo apagado del ámbito. Hablaba un inglés nítido y preciso y acentuaba levemente las erres. No soy observador; esas cosas las descrubrí poco a poco.

Nos presentaron. Le dije que era profesor  en la Universidad de los Andes en Bogotá. Aclaré  que era colombiano.

Me preguntó de un modo pensativo:
-¿Qué es ser colombiano?
-No sé -le respondí-. Es un acto de fe.
-Como ser noruega -asintió.

Nada más  puedo recordar  de lo que se dijo esa noche. Al día siguiente bajé temprano al comedor. Por los cristales vi que había nevado; los páramos  se perdían en la mañana. No había nadie más. Ulrica me invitó a su mesa. Me dijo que le gustaba salir a caminar sola.

Recordé una broma de Schopenhauer y contesté:
 -A mí también. Podemos salir los dos.

Nos alejamos de la casa,  sobre la nieve joven.

No había un alma en los campos. Le propusé que fuéramos a Thorgate, que queda río abajo, a unas millas. Sé que ya estaba enamorado de Ulrica; no hubiera deseado a mi lado ninguna otra persona.

Oí de pronto el lejano  aullido de un lobo. No he oído nunca aullar a un lobo, pero sé que era un lobo. Ulrica  no se inmutó.

Al rato dijo como si pensara en voz alta:
 -Las pocas y pobres espadas que vi ayer en York Minster me han conmovido  más que las grandes naves del museo de Oslo.

Nuestros caminos se cruzaban. Ulrica, esa tarde, proseguiría el viaje hacia Londres; yo, hacia Edimburgo.
 -En Oxford Street -me dijo- repetiré  los  pasos de Quincey, que buscaba  a su Anna perdida entre las muchedumbres de Londres.

 - De Quincey -respondí- dejó de buscarla.

Yo, a lo largo del tiempo, sigo buscándola.

-Tal vez -dijo en voz baja- la has encontrado.

Comprendí   que una cosa inesperada  no me estaba prohibida y le besé la boca y los ojos.

Me apartó con suave firmeza y luego declaró:
 -Seré tuya en la posada de Thorgate. Te pido mientras tanto, que no me toques. Es mejor que así sea.

Para un hombre célibe entrado en años, el ofrecido amor es un don que ya no  se espera. El milagro tiene derecho a imponer condiciones. Pensé  en mis mocedades de Popayán  y en una muchacha de Tezas, clara y esbelta como Ulrica que me había negado su amor.

No incurrí en el error de preguntarle si me quería. Comprendí que no era el primero y que no sería el último. Esa aventura, acaso la postrera para mí, sería una de tantas para esa resplandeciente y resuelta discípula de Ibsen.

Tomados de la mano seguimos.

-Todo esto es como un sueño -dije- y  yo nunca sueño.

-Como aquel rey -replicó Ulrica- que no soñó hasta que  un hechicero lo hizo dormir en una pocilga.

Agregó después.

-Oye bien. Un pájaro está por cantar.
Al poco rato oímos el canto.
-En estas tierras -dije-, piensan que quien etá por morir prevé el futuro.
.Y yo estoy por morir -dijo ella.

La miré atónito.

-Cortemos por el bosque -la urgí-. Arribaremos más pronto a Thorgate.
-El bosque es peligroso -replicó.

Seguimor pos lor páramos.
-Yo querría que este momento durara siempre -murmuré.
-Siempre es una palabra que no está permitida a  los hombres -afirmó Ulrica y, para aminorar el énfasis, me pidió que le repitiera mi nombre, que no había oído bien.

-Javier Otálora -le dije.

Quiso repetirlo y no pudo. Yo fracasé, parejamente, con el nombre de Ulrikke.

-Te llamaré Sigurd -declaró con una sonrisa.
.Si soy Sigurd -le repliqué- tu serás Brynhild.

Había demorado el paso.

-¿Conoces la saga? -le pregunté.
-Por supuesto -me dijo-. La trágica historia  que los alemanes echaron a perder con sus tardíos Nibelungos.

No quise discutir y le respondí:
-Brynhild, caminas como si quisieras  que entre los dos hubiera una espada en el lecho.

Estábamos de golpe ante la posada. No me sorprendió que se llamara, como la otra, el Northern Inn.

Desde lo alto de la escalinata, Ulrica me gritó:
-¿Oíste el lobo? Ya no quedan lobos en Inglaterra. Apresúrate.

Al subir al piso alto,  noté que las paredes estaban empapeladas a la manera de William Morris, de un rojo muy profundo, con entrelazados frutos  y pájaros. Ulrica entró  primero. El aposento oscuro era bajo,  con un techo a dos aguas. El esperado lecho se duplicaba en un vago cristal y la bruñida caoba me recordó  el espejo de la Escritura. Ulrica ya se había desvestido. Me llamó por mi verdadero nombre, Javier. Sentí que la nieve  arreciaba. Ya no quedaba muebles ni espejos. No había una espada entre los dos. Como la arena se iba al tiempo. Secular  en la sombra fluyó  el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica.

Ulrica, Jorge Luis Borges (El libro de arena - 1975)

Marte sobre ruedas: nueva aventura científica lista para despegar

La exploración rodada de Marte está a punto de dar un importante paso adelante, esta vez con un vehículo todoterreno que es ya todo un laboratorio. Se llama Curiosity, uno de sus objetivos es intentar determinar si alguna vez hubo vida en ese planeta y su lanzamiento está fijado para el 25 de este mes desde la base espacial de Florida (EE UU). Si todo va como está previsto, el Curiosity llegará a su destino el próximo mes de agosto. No menos importante que la ambición científica de la misión son las novedades técnicas del vehículo, alimentado esta vez por un pequeño generador de radioisótopos, en lugar de los paneles solares de sus predecesores en las arenas rojas marcianas, el Pathfinder (1997) y los gemelos Spirit y Opportunity (llegaron en 2004). La NASA no enviaba una misión a Marte desde la Phoenix, que llegó en 2008.