Fragmento - PUERTA A LAS ESTRELLAS

La idea me dejó aturdido. Traté de imaginármelo. Una estrella supermasiva gira; la fuerza centrífuga y la gravedad se equilibran mutuamente a duras penas. Al girar pierde energía. Entonces se contrae para compensar esa pérdida y se torna más brillante: es como una húmeda patinadora sobre hielo que apretara los brazos contra el cuerpo, girando cada vez más rápida sobre la punta de su patín, salpicando agua. Cuando ha irradiado suficiente energía, el centro sucumbe bajo su propio peso y se convierte en una estrella de neutrones, habiendo liberado ya sus electrones y sus protones.
―¿Qué tamaño tiene? ―pregunté.
―¿Este? Diez kilómetros de diámetro.
Alguna vez había sido más grande que nuestro sol: ahora estaba comprimida en un fragmento de diez kilómetros.
―¿Qué pasará si tiene éxito? ―preguntó Smith.
El doctor Higgins meditó por un momento, con la mirada perdida en el vacío, mientras estudiaba todas las posibilidades. Asintió vagamente, murmurando: «Sí», y «Ahhh». y «Después.. claro...». Ya ordenados sus pensamientos, nos miró.
―Pueden ustedes elegir. El sol y el pulsar pueden formar una estrella doble: o el sol podría verse acelerado, permitiendo que Marte, la Tierra y algunos otros de los planetas menos importantes fueran hacia la órbita del pulsar, donde serían bombardeados, en un caos electromagnético, con dosis gigantescas de rayos X, protones y cuanto hay entre ambos. También podría ocurrir que el sol y el pulsar entraran en colisión: el sol podría convertirse en una nova, y la masa restante formaría una segunda estrella de neutrones, que perdería aún más energía y se reduciría más y más, hasta tornarse tan pequeña y densa que pasaría el radio Schwartzchild: su gravedad sería así tan inmensa que ni siquiera la luz podría escapar de ella. Entonces se formaría un Agujero Negro. ¡Un Agujero Negro, imagínenlo! Naturalmente, para entonces todos estaríamos muertos. Todo habría desaparecido de los alrededores. ¡A pesar de todo, sería magnífico! ¡Qué acontecimiento! ¡Qué endiablado acontecimiento!
El doctor Higgins me miró radiante, como si acabara de descubrir la luna.
―Si pudiésemos estar allí, Cluggins, y sumergimos en el Agujero Negro, hay quienes piensan que pasaríamos a otro universo. ¿Se lo imagina? ¡Otro universo! ¡Supera a toda imaginación!
―Si los padres de Spieler hubiesen prestado más atención a su hijo... ―suspiró Smith.
―De cualquier modo ―concluyó el doctor Higgins― es muy posible que me equivoque.
Asentí, pero no agregué nuevas suposiciones. ¿Era posible que Spieler hiciera semejante cosa? Gracias a la ayuda que Parry prestara con respecto al reactor, el Gran Portal tenía mucha más potencia que la calculada originariamente por Norton. Pero ¿sería capaz de trasladar la masa de una estrella, aunque ésta sólo midiera diez kilómetros de diámetro?
―¿Y la masa, doctor Higgins? ―pregunté.
―¿Qué pasa con ella?
―Una estrella sumida no es un simple asteroide.
―Cierto. ¿Y bien?
―¿Cuál es la diferencia esencial entre los dos?
―La estrella de neutrones está mucho más comprimida.
―¿Eso es todo? ―pregunté, meneando la cabeza.
―No es mucho. Como dicen por ahí, la materia siempre es materia. Esto no es antimateria, ¿sabe? Tiene que obedecer las leyes, por decirlo así.
―¿Se la puede mover?
―Claro que se la puede mover. Todo se puede mover. No es cuestión de pértigas y puntos de apoyo, pero dada la suficiente energía y el equipo necesario...
El doctor Higgins sacó de su bolsillo una libreta y un lápiz.
―Usted parece saber algo sobre este Portal ―observó.
Asentí.
―Dígame cuál es la máxima energía que emplea el reactor Merryweather y le diré si puede trasladar el pulsar.
―El máximo dije, con voz apagada.
―Sí.
El doctor Higgins aguardaba con el lápiz apoyado sobre el papel. Recordé súbitamente a Hilda, la técnica de cómputos, con la cara de pekinés torcida ante la perspectiva de repasar un programa.
―Yo...
El doctor Higgins levantó la vista, elevando las cejas.
―¿Sí?
Smith me miraba.
―¿Y?
―No lo sé.
―¡Vaya colaboración! ―exclamó Smith, disgustado.
―Si tuviera una computadora ―dije, tembloroso―, y tres o cuatro horas de plazo...
―Nada de eso.
El doctor Higgins cerró la libreta.
―Bueno ―dijo―, eso es todo. Si tienen bastante energía, lo harán. La materia es siempre materia.

PUERTA A LAS ESTRELLAS, Stephen Robinett

En la nube del Oort

No se trata de ningún planeta enano como Plutón, no. El Sistema Solar tendría un nuevo invitado: un gigantesco planeta con cuatro veces la masa del gigantón Júpiter, si se confirman nuevos cálculos de John Matese y Daniel Whitmire, físicos de la Universidad de Louisiana.
Su sitio de residencia, obvio, no es el Sistema Solar que más conocemos, sino la Nube de Oort, una región del espacio ubicada a un año luz de nosotros, ubicada aún más al exterior del cinturón de Kuiper, donde ya se han encontrado algunos cuerpos planetarios, como Eris, Makemake y Sedna.
Estos físicos de la Universidad de Louisiana detectaron anomalías en la distribución de cometas que sugieren que al menos un 20 por ciento de ellos sufren el tirón gravitatorio de un enorme cuerpo, al que denominaron Tycho.
La Nube de Oort se encuentra en los límites del Sistema Solar. Es una extensa región casi esférica de la cual procede la mayoría de los cometas conocidos: albergaría entre 1.000 millones y 100.000 millones de estos llamativos viajeros celestiales. Muchos de esos cometas son enviados al Sistema Solar interior por diversas fuerzas.

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