Bolas brillantes

Millares de bolas de hielo de apariencia luminosa han sido descubiertas por la sonda de la NASA Cassini-Huygens sobre la superficie de Titán, una de las lunas de Saturno. Las esferas pavimentan la zona de Xabadu, surcada por numerosos canales. Pulidas por las tormentas, su tamaño varía desde varios centímetros hasta los dos metros de diámetro, según la agencia estadounidense.
Estas esferas proceden probablemente de un lecho de rocas ubicadas en el terreno más alto de Xanadu. En principio, las esferas están formadas, entre otros elementos, por amoníaco, capaz de reflejar la luz exterior. En cuanto a su formación, los expertos creen que son el resultado del choque de la arena contra las rocas de metano. Además, las bajas temperaturas que se registran en Titán contribuyen a la deformación y fractura de las mismas.
En palabras de una de los expertos del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA (JPL, por sus siglas en inglés) en California, Alice Le Gall, "las esferas tienen la apariencia de las rocas pulidas que se encuentran en los ríos de la Tierra, donde el agua allana sus bordes". Los científicos creen que, al igual que en la Tierra se producen lluvias torrenciales que hay en la Tierra, en Titán se registraron precipitaciones de metano líquido y etanol que erosionaron la superficie del satélite provocando una serie de canales 'brillantes' en el sur de Xanadu. Asimismo, equiparan algunos de los sucesos atmosféricos que se producen en Titán con los de la Tierra ya que han sido capaces de registrar diferentes estaciones.

Fragmento - PESADILLA EN BLANCO

Se despertó de pronto, preguntándose por qué dormía si no quería hacerlo. Echó una rápida ojeada a la esfera luminosa de su reloj de pulsera. Los números, que brillaban en una oscuridad casi absoluta, le indicaron que pasaban unos minutos de las once. Había descansado; fue suficiente una breve cabezada. Se había quedado dormido en el sofá, menos de media hora antes. Si su esposa realmente quería estar con él, habría de ser más tarde. Tendría que esperar hasta estar segura de que la condenada hermana de él estuviera dormida, profundamente dormida.
Resultaba una situación ridícula. Sólo llevaban casados tres semanas, volvían de la luna de miel, y era la primera vez que dormía solo durante ese tiempo. Y todo porque su hermana Débora había insistido absurdamente en que pasaran la noche en su apartamento. Cuatro horas más de viaje y hubieran llegado a casa, pero insistió tanto Débora que tuvieron que aceptar. Después de todo, se confesó, una noche de abstinencia no le vendría mal; de hecho, estaba fatigado y sería mucho mejor aprovechar esta oportunidad para conducir descansado y fresco a la mañana siguiente.
Por supuesto, el apartamento de Debie sólo tenía un dormitorio y él sabía de antemano, antes de aceptar su invitación, que no podría acceder a su ofrecimiento de dormir fuera y dejarles a él y a Betty en la habitación. Hay formas de hospitalidad que uno no puede aceptar, ni siquiera de nuestra dulce y cariñosa hermana soltera. Pero estaba seguro, o casi seguro, que Betty esperaría a que Débora se durmiera para ir a reunirse con él, aunque fuera breve el momento de intimidad, ya que se sentiría cohibida pensando que algún ruido podía despertar a su cuñada.
Seguramente vendría, por lo menos para darle un beso de buenas noches, y quizá se arriesgara a ir un poco más lejos, como él estaba decidido a hacer. Por esa razón la esperaba en silencio.
Claro que ella vendría, sí... la puerta se abrió despacio en la oscuridad y se cerró de nuevo silenciosamente, oyéndose únicamente el chasquido de la cerradura y el suave roce de la negligeé o camisón, o lo que fuera, al caer al suelo. Un momento más tarde, el cuerpo desnudo se estrechaba contra el suyo y la única conversación fue un murmullo.
- Querido... - y después no fueron necesarias más palabras.
Ninguna palabra durante los interminables minutos que pasaron hasta que la puerta se abrió nuevamente, esta vez dejando pasar una luz blanca y delineando, con blanco horror, la silueta de su esposa de pie en el marco de la puerta comenzando a gritar.

PESADILLA EN BLANCO, Fredric Brown

Fragmento - El Señor de la Luz

Pese a haber caído en desgracia, Yama seguía siendo considerado como el más poderoso de los artificieros, aunque no se dudaba que los Dioses de la Ciudad le harían morir de muerte real si sabían lo de la máquina de oraciones. Y se suponía igualmente que de todos modos le harían morir la muerte real sin la excusa de la máquina de oraciones si alguna vez llegaban a echarle la mano encima. 
Bien, la forma en que arreglara este asunto con los Señores del Karma era cosa suya, pero nadie dudaba que cuando llegara el momento encontraría una forma de salirse. Tenía la mitad de la edad de la propia Ciudad Celestial y apenas diez de los dioses recordaban la fundación de esa residencia. Era considerado más sabio incluso que el Señor Kubera en los asuntos del Fuego Universal. Pero ésos eran sólo sus atributos menores. Era mas conocido por otra cosa, aunque pocos hombres hablaban de ella. Era alto, aunque no demasiado, robusto, pero no pesado, sus movimientos eran lentos y fluidos. Vestía de rojo y hablaba poco.
Cuidaba de la maquina de oraciones y el gigantesco loto de metal que había instalado en la parte más alta del techo del monasterio giraba y giraba sobre su alvéolo.
Caía una ligera lluvia sobre el edificio, el loto, y la jungla a los pies de las montañas. Durante seis días había ofrecido muchos kilovatios de plegarias pero la estática impedía que le oyeran en Las Alturas. Casi sin aliento apelo a las más notables deidades de la fertilidad de la corriente invocándolas por sus más prominentes Atributos.
El retumbar del trueno respondió a su petición y el pequeño mono que le ayudaba lanzo una risita.
Dio unos pequeños saltos a su alrededor.
—Tus plegarias y tus maldiciones dan el mismo resultado Señor Yama —comento el mono— Es decir, nada.
—¿Has necesitado diecisiete encamaciones para llegar a esta verdad? —dijo Yama— Entonces puedo ver por qué sigues siendo un mono.
—No es así —dijo el mono, cuyo nombre era Tak— Mi caída, aunque menos espectacular que la tuya, implicó de todos modos elementos de malicia personal por parte de...
—¡Ya basta! —exclamó Yama, volviéndose bruscamente de espaldas a él.
Tak se dio cuenta de que debía haber tocado un punto sensible. En un intento por encontrar otro tema de conversación, se dirigió a la ventana, saltó á su amplio alféizar y miró hacia arriba.
—Hay una brecha en la capa de nubes, hacia el oeste —dijo.
Yama se acercó, siguió la dirección de su mirada, frunció el ceño y asintió.
—Sí —dijo— Quédate donde estás y avísame.
Se dirigió a un panel de controles.
El loto dejó de girar sobre sus cabezas, se enfocó hacia el trozo de cielo libre.
—Muy bien —dijo— Estamos consiguiendo algo.
Su mano se agitó sobre un panel de control separado del resto de la maquinara, accionando una serie de interruptores y ajustando dos diales.
Debajo de ellos, en los cavernosos subterráneos del monasterio, fue recibida la señal y se iniciaron otros preparativos: fue avisada la anfitriona.
—¡Las nubes se están cerrando de nuevo! —exclamó Tak
—No importa ahora —dijo el otro— Hemos pescado a nuestro pez. Ahí viene, fuera del Nirvana y hacia el loto.
Hubo otro trueno, y la lluvia empezó a caer con un sonido como de granizo contra el loto. Las azules serpientes de los relámpagos zebraron las cimas de las montañas, silbando.
Yama cerró un último circuito.

El Señor de la Luz, Roger Zelazny