Pesadilla en rojo

Se despertó sin saber que había despertado hasta que el segundo temblor, sólo un minuto después del primero, sacudió la cama ligeramente y derribó los objetos que había sobre la mesilla.

Descubrió que estaba totalmente despierto y que probablemente no sería capaz de volver a dormirse. Miró al dial luminoso del reloj y vio que eran ya las tres en punto: la mitad de la noche. Salió de la cama y caminó en pijama hasta la ventana. Estaba abierta, una fría brisa la cruzó y él pudo ver luces titilantes y parpadeantes en el negro cielo, a la vez que escuchaba los sonidos de la noche. Por alguna parte, campanas ¿A aquella hora? ¿Advertían de algún desastre? ¿Se habría producido un terremoto, en algún punto cercano, y de él provenían los ligeros temblores? ¿O quizá se acercaba un verdadero terremoto y las campanas advertían a la gente para que saliera de las casas y se quedara a salvo al aire libre?

Súbitamente, no a causa del miedo, sino por algún extraño impulso que no quiso analizar, deseó estar en cualquier parte menos allí. Y echó a correr.

Corrió, bajando al vestíbulo y cruzando la puerta principal, apresurándose silenciosamente, descalzo, por la ancha calzada que conducía a la entrada del jardín. A través de la puerta, llegó a un campo... ¿un campo? ¿Desde cuándo había una pradera justa al salir de su casa? Especialmente una como aquella, con postes, tan gruesos como si fueran telefónicos, cortados a su altura. Antes de que pudiera organizar sus pensamientos y se preguntase dónde estaba, quién era él mismo y qué estaba haciendo allí, se produjo otro temblor. Este fue más violento: le hizo tambalearse y trastabilló hasta uno de los postes; chocó con él y se hizo daño en el hombro; salió despedido en otra dirección, y estuvo a punto de caerse definitivamente. ¿Qué era aquel extraño impulso que le obligaba a ir hacia... dónde?

Pero, en aquel momento, se produjo el terremoto más grande de todos; el suelo pareció levantarse bajo sus pies, le sacudió y acabó cayendo de espaldas mirando a un cielo monstruoso en el que repentinamente apareció con brillantes letras rojas una palabra. La palabra era FALTA y, mientras la miraba, las demás luces empezaron a titilar, las campanas dejaron de sonar y allí terminó todo.

Fredric Brown

Fragmento

- Están viendo y oyendo a Hiox, A-11, directamente desde Campo Vhur, en Marte. La evacuación está tocando a su fin. Algunos marcianos van a quedarse. Ya no queda ningún terrestre en el planeta. Tras casi un millón de años, la historia se repite. No había hombres en Marte. Ya no hay más hombres en Marte.

«Este es Marte, el planeta amado. Marte, sus montañas, sus mares congelados, sus volcanes extintos, su viento infatigable. Vamos a realizar nuestro último reportaje en esta segunda patria del hombre.

«Visitemos primero a algunos de los viejos marcianos que han preferido quedarse. Según los científicos, dentro de muy poco tiempo Marte ya no podrá albergar ninguna forma de vida, excepto algún liquen, algún anaerobio. La permanencia de formas superiores será cada vez más costosa, y finalmente imposible. Podemos incluso decir que en los últimos siglos, en los últimos milenios, contando a partir de los grandes dislocamientos de glaciares, Marte llevaba una existencia artificial. Hablando con mayor exactitud, los terrestres nunca pudieron vivir aquí fuera de las ciudades-cúpulas. Para los propios marcianos, la llegada del hombre fue la redención de una raza que iba fatalmente a desaparecer. Vamos a descender un poco y a hablar con ese viejo habitante. ¿Cómo se llama, por favor?

- Ghoz.

- Perfectamente, Ghoz. ¿Por qué decidió quedarse? Usted ya sabe que esas cúpulas no resistirán muchos años. Ni siquiera los subterráneos resistirán mucho tiempo la presión del hielo.

- Siempre extraños esos marcianos. Milenios de contacto con nosotros, y continúan siendo casi iguales que en el período del Desembarco. Ghoz está diciendo que un viejo sueño de sus antepasados era ver Marte como era antes de la llegada de los hombres. El no tiene nada contra nosotros, y supone que nuestras equivocaciones fueron cometidas por el ansia de mostrarnos buenos con ellos. Ahora que se presenta una oportunidad de quedarse nuevamente solos, aún con la certeza de una muerte próxima, quieren aprovecharla. Dice que millones y millones de marcianos murieron y fueron sepultados aquí. Cuando el lienzo de hielo cubra el planeta y ninguna forma de vida perturbe ya la Paz Superior, entonces los Zenghiis - los Altos Espíritus - bajarán para explicarles a los que duermen bajo tierra su destino. Ghoz estará entre ellos. Muchas gracias, Ghoz. Y Paz Superior a nuestros hermanos dormidos.

ULTIMO VUELO A MARTE, Fausto Cunha

Fragmento

En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba.
El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.
Sentí infinita veneración, infinita lástima.

EL ALEPH, Jorge Luis Borges

Fragmento

La Historia Humana nos demuestra que no todos los humanos son hombres; hay algunos que son mulas otros que son lobos... y siempre hay algunas pocas ratas.

Cuando la puerta de la oficina se abrió repentinamente, supe que todo había terminado. Había sido un buen filón... pero se había acabado. Mientras entraba el policía, me recosté en el sillón y esbocé una alegre sonrisa. Tenía la misma expresión sombría y el mismo paso pesado que tienen todos... y la misma falta de sentido del humor. Casi podía adivinar lo que iba a decir antes de que abriese la boca.

- James Bolívar diGriz, le arresto bajo la acusación...

Estaba esperando la palabra bajo. Pensé que eso le daba un toque desenfadado al asunto. Mientras la decía, apreté el botón de ignición de la carga de pólvora negra situada en el techo, en el punto exacto bajo el cual se hallaba, y así se dobló la viga y la caja de caudales, de tres toneladas de peso, cayó justo sobre su coronilla. Quedó bien aplastado, sí señor. La nube de yeso se posó y todo lo que pude ver de él fue una mano, algo retorcida. Se agitaba un poco, y el dedo índice me apuntaba acusadoramente. Su voz sonaba algo ahogada por la caja de caudales, y parecía un tanto preocupada. En realidad, se repetía un poco.

- …bajo la acusación de entrada ilegal, robo, falsificación...

Siguió así durante un cierto tiempo. Era una lista impresionante, pero ya la había oído antes. No me molestaba en absoluto mientras llenaba mi maleta con el dinero de los cajones. La lista terminaba con una acusación nueva, y podría haberme jugado un montón así de alto de billetes de mil créditos a que sonaba un tanto dolida:

- Además, le será añadido a su expediente la acusación de ataque a un policía robot, lo cual ha sido una tontería, ya que mi cerebro y mi laringe están acorazados, y en mi cavidad ventral...

- Todo eso ya lo sé, muchacho; pero tu pequeño emisor-receptor está en la punta de tu aguzada cabeza, y lo que no quería era que dieses aún aviso a tus amigos.

Una buena patada hizo saltar la puerta de escape de la pared, y me dio acceso a las escaleras que bajaban al sótano. Mientras pasaba sobre cascotes esparcidos por el suelo los dedos del robot trataron de alcanzar mi pierna, pero ya me lo esperaba, por lo que fallaron por algunos centímetros. Ya he sido perseguido por los suficientes policías robot como para no saber lo indestructibles que son. Puedes volarlos, o derribarlos, y continúan persiguiéndote, aunque tengan que arrastrarse impelidos tan solo por un dedo incólume, y escupiéndote durante todo el tiempo moralidad azucarada. Esto es lo que estaba haciendo éste. Que si debía abandonar mi vida de crímenes y pagar me deuda con la sociedad, y todas esas paparruchadas.
Todavía podía oír los ecos de su voz resonando escaleras abajo cuando llegué al sótano.

LA RATA DE ACERO INOXIDABLE, Harry Harrison

Fragmento

Yo me encuentro ahora en el Espacio Oscuro. Pero no como endoanalista. Yo soy el soñado.

La mente soñante de Cheryl ha formado en el Espacio Oscuro un bosque que revierte en sí mismo, y una colina sin cima. Como barrera, ella usa una corriente de agua.

Ella me asesinó y ahora continúa soñando que yo me oculto en una cueva, esperando para matarla. Pero su mente durmiente sigue olvidando que estoy aquí e, ignorante de mi presencia, su yo soñante sigue subiendo la colina hasta mi cueva.

¿Por qué me asesinó?

¿Cómo?

No puedo recordarlo. Las paredes de la cueva parecen cernirse sobre mí cuando intento pensar. La boca de la cueva se oscurece. Justo antes de que los últimos rastros de conciencia desaparezcan, un relámpago de terror cruza mi mente. ¡Si ella no vuelve a soñar ese sueño estaré verdaderamente muerto!

Aquel día salimos de caza. Sí, ahora lo recuerdo.

Hace poco que Cheryl desapareció más allá de la corriente/barrera. Estoy sentado en el suelo de mi cueva.

Sí, aquel día salimos de caza.

Ella y yo.

El día es oscuro. Mis pensamientos me llevan más allá de él. Vuelvo a ser lo que era antes de mi asesinato. Un endoanalista. Estoy sentado en mi consultorio de Beech Street, escuchando el relato de los sueños de mis pacientes. Soy cada vez más rico. En los círculos profesionales se dice que mis honorarios son exorbitantes. Tal vez lo son. Pero si un médico no roba a sus pacientes, su prestigio profesional se verá resentido. En cualquier caso, lo que cobro está perfectamente justificado. Hube de pasar cinco largos años adquiriendo la experiencia que ahora poseo. Incluso con el cuirano, uno no se adentra alegremente en los sueños. Y cada sueño es diferente, y uno debe aprender del paciente qué es lo que habrá de encontrar antes de entrar en el sueño, y debes saber de antemano qué hay que hacer para destruir el sueño o para alterarlo de un modo tal que él o ella no vuelva a soñarlo y se cure de la enfermedad que le ha provocado el sueño.

¡Yo he entrado en esos sueños!

Espacio oscuro
, Robert F. Young

Titán

Impresionante foto de Titán, asomándose tras los anillos de Saturno. Cerca de los anillos y justo por encima de Titán estaba Epimeteo, una luna que orbita justo por fuera del anillo F.