Traducción

Estimados hijos de las sombras sempiternas, oscuridades varias y la luz lumínica:
Estando cómodamente apoltronado en mi nuevo sillón masajeador de cuero de gatito, me encuentro con la sorpresa imperiosa de la sádica sed de sabiduría demostrada por el Sr. Presidente del Sindicato de Orión.
Haciendo caso a sus ruegos, y saliendo de un letargo, proporcionaré a todos vosotros las respuestas a vuestras dudas que carcomen las líneas naturales de las conexiones sinápticas, llevándolos a un mar de insolente congomicencia empírica del sinsaber natural.
Por lo tanto, y a pedido expreso del Sr. Orión, pasaré a relatarles el origen de un vocablo goliciano, el cual apareció en un escrito.
El Sr. Marpla, quien merece mi total y absoluta admiración y respeto, escribió:

"Bueno, la peloula NO la vi..."

Imaginemos entonces, nuestro acostumbrado viaje en el tiempo, hacia el momento exacto de la entronización primaria de la quinta luminiscencia postraumátisia, en la décima edad del cuarto momento del plenilunio semestral, momento en el cual el Gran Profeta Telapo 'Ngodepie, los dioses honren su fastuoso nombre con la interminable presencia de su imagen divina en los sacrosantos confines universales, originario de Golicia VI, hijo del gran Pensador Selapo 'Ngodepie y la filósofa Meduel Elort, conocido por sus actos heroicos en las Guerras Chóticas de la tercera etapa, al vencer al ejercito enemigo dejándolo solo en el campo de batalla, glorificado por su interminable sabiduría demostrada en la colección de libros "La Santa y el Jamón", en el cual se relata la fastuosa y acomodada vida de un beligerante soldado goliciano en sus últimos días de vida.
En esta época vivía el escriba oficial de la Honorable Cámara de la Lengua, el Gran Sabio Paqueteni Labirom. Este respetable ciudadano, de amplia sabiduría en el lenguaje, conocido por su gran colección de escritos pasados de moda, daba clases en una humilde escuela goliciana en la afueras de la ciudad central del continente norte, en lo que se podría llamar para una mejor comprensión, un barrio carenciado. Este tipo de poblado, en Golicia se lo conoce como Spas. Los Spas rodeaban las grandes ciudades y eran habitados por menesterosos, ladrones, asesinos, violadores, marginados, piqueteros y jueces.
Dentro de estos Spas, se consideraba que un pequeño goliciano que no concurriera a clases, debería ir a vivir a la gran ciudad, por lo que todos los niños golicianos concurrían a clases rigurosamente. El Gran Sabio Paqueteni Labirom daba clases en una pequeña escuela de estos Spas. Se encargaba de infundir la sabiduría que le fue dada, a los niños mayores (entre los 12 y 37 años).
Un día, según los antiguos manuscritos dejados para la posteridad y escritos en forma anónima, el Gran Sabio Paqueteni Labirom se encontraba disfrutando de un día invernal, sentado en una estaca, la cual le producía cierta experiencia satisfactoria, a su forma de ver, gozando de la tibia luz solar, cuando escuchó que sonaba el aviso sonoro que anunciaba que los niños debían volver a sus clases.
Había algunos pequeños que se encontraban jugando con insectos, otros trepados a los tejados de la escuela, otros se hallaban tomando alcohol isopropílico de grado 3, escondidos en el baño, y otros estaban jugando a un extraño pero llamativo deporte. El mismo consistía en llevar mediante golpes dados por sus extremidades inferiores a un objeto de forma esférica, mientras se corría detrás de dicho objeto. El objetivo de este juego era introducir mediante esta técnica de golpes, al objeto esférico dentro de la oficina del Director de la escuela, tratando de no pegarle a él, mientras el objeto esférico, dado el rebote contra alguna superficie dura y firme, salía despedido hacia el exterior, tratando de romper una ventana diferente para causar el máximo daño posible en la propiedad. Obviamente que al Director este deporte le gustaba muchísimo y no eran pocas las veces en que se sumaba al juego, haciendo la mayor cantidad de puntos siempre ya que conocía al detalle su oficina, puntos de entrada y salida de la misma utilizando el objeto esférico y formas muy variadas de rebote.
Al ver que los niños no dejaban su juego, la encargada de la entrada de los niños a la escuela, la amorosamente recordada Maestra Sossuna Junigranputi, comenzó a ejercer su autoridad como tal, tomando a los niños de sus partes nobles, apretándolas sutilmente para obligarlos a entras a sus aulas.
En esta oportunidad, la amorosamente recordada Maestra Sossuna Junigranputi tuvo un encontronazo con el alumno Terrompi Lajeta, quien en sus años de adultez sería conocido como el Gran Profeta Terrompi Lajeta, las Dioses mantengan su nombre libre de todo gravamen, de quien algún día contaré sus aventuras en otra traducción, si hay oportunidad por su cónclave temporal.
Resultó que la amorosamente recordada Maestra Sossuna Junigranputi tomó por sus partes nobles al alumno Terrompi Lajeta, apretándolas un poco mas de lo normal, lo que fue demostrado por el aullido lanzado por el alumno, en justa concordancia con un nuevo grito de "¡SOLTAME FORRA PELOTUDAAAAA!" mientras la amorosamente recordada Maestra Sossuna Junigranputi gritaba "¡AL AULA, ALUMNO LAJETAAAA!".
Esto causó no solamente estupor al Gran Sabio Paqueteni Labirom, sino que además causó una gran sorpresa. Al escucharse los gritos superpuestos uno encima del otro, se formó la congruencia verbal cuantificada conocida como ¡¡OIA!! dada la poca probabilidad de la misma.
Fue entonces que el Gran Sabio Paqueteni Labirom corrió velozmente hacia su estudio de la Honorable Cámara de la lengua en la ciudad central, tomó uno de sus pergaminos, y delante de treinta y dos testigos llamados especialmente, redactó la famosa, y poco menos que conocida, regla verbal que a continuación detallo:
"Siendo el momento exacto de la entronización primaria de la quinta luminiscencia postraumátisia, en la décima edad del cuarto momento del plenilunio semestral, inscribo en este santo momento, ubicado en la Honorable Cámara de la Lengua y en presencia de testigos, todos mayores de edad y habilitados según información suministrada, el nuevo vocablo conocido como "PELOULA" referido a la sincronía conjuntiva del deporte y la obligación en torno a los diarios quehaceres orientados al estudio y la forma de aprendizaje. Dicho vocablo se utilizará a partir del día de la fecha y hora predispuesta según reloj interestelar goliciano a los efectos de llevar comprensión idiomática a los confines universales, relatándose sobre la obligación del alumnado a dejar los deportes para retomar los estudios pormenorizados a los efectos de llevar la suficiente cantidad de sabiduría a las huestes golicianas para algún día ser explotados como corresponde. Inscríbase dicho texto en la fecha y hora relatadas para su uso inmediato, según estatutos y estamentos propios de la Honorable Cámara de la Lengua. Firmado: Paqueteni Labirom. Gran sabio de la Orden Frosideana de la lengua, la palabra y el chacinado."
Para su consulta, este manuscrito se halla en la Gran Única Biblioteca Goliciana, sita en Golicia Prime, en el Decimosexto estante de la primera biblioteca, en el decimo anaquel de la segunda protuberancia, a la izquierda, dentro de la carpeta titulada "Antiguos Escritos Goliciano", página tres mil doscientos noventa, sección novena, sector doceavo, párrafo quinto, segundo renglón, su ruta...
Habiendo aclarado la sombra que pesaba sobre vosotros, hijos de la luz y la oscuridad golicianas, me despido de todos vosotros de la forma acostumbra, o sea con... un saludo afectuoso.

Embajador Sarek.

Fragmentos

“ Huye Max. ¡Huye! “
Fueron las primeras palabras que acudieron a su mente. Una desesperada orden a gritos dirigida a él mismo. Max reaccionó precipitadamente.
“ ¡ Huye, sal de aquí ! ” No se detuvo a pensar. “ ¡ Maldita sea ! “ Se levantó de su butaca de neo-cuero precipitadamente. La consola de navegación saltó por los aires, cayendo al suelo arrastrada por los cables de neuroconexión. “Mierda, mierda“. Su corazón estaba acelerado, su vida podía depender de aquellos instantes. “¡Tengo que salir de aquí! “ gritó en su mente.
Max Corbera intentaba abandonar de una forma demasiado apresurada su viaje por la Matriz. Abrió los ojos y sus irises estaban todavía contraídos, aunque se hallaba rodeado por la penumbra de su austero apartamento.
Gotas de lluvia. Luces. Colores. Proyecciones distorsionadas de la calle a través del cristal. La sombra de las persianas en las paredes de la habitación. Torrentes digitales que provenían de la consola de navegación.
Cielo azul. Arena blanca. Caótica fusión de realidades. Un caos absoluto e incontrolable de sensaciones. Abultados lazos de cables y fibra óptica en las paredes y el suelo. “ No no no no ” Solo la débil y casi imperceptible luz de una cinta fluorescente Phillips brillaba bajo el deteriorado techo. Las paredes llevaban un nombre pintado en sangre. “Humberto Salgado,¡quién es Humberto Salgado! Esto no va bien, sal de aquí maldita sea!” Se gritó a sí mismo. “¡Fuera!“
Max arrancó de cuajo los cables de conexión del puerto neuronal de su nuca. Flujo interrumpido. Neuro-shock. La reacción de su sistema nervioso al abandonar tan repentinamente el tránsito de la Matriz fue un pinchazo repentino, intenso.
“¡Mierda mierda mier...!”. El latigazo recorrió su espina dorsal por completo.
Lo peor vendría después. Max lo sabía perfectamente: la subida de adrenalina, seguida por una sensación que podria parecerse a la que se experimentaría en un giro vertical de ciento ochenta grados a la velocidad del sonido en la estratosfera terrestre.
Cerró los párpados con fuerza. Las náuseas invadieron su estómago. La última vez que desconectó tan repentinamente terminó por vomitar sobre la consola toda la comida que había ingerido aquel día. Aquello ocurrió en Estambul. De eso hacía más de cinco años y las conexiones neuronales no estaban tan perfeccionadas por aquel entonces. No tenia el dinero para agenciarse un puerto mejor, ni su cabeza estaba habituada todavía a surfear por la Matriz.
Max vaciló y resbaló ligeramente. Sus pies tropezaron. Atravesaron cajas de pizza, restos de comida, periódicos viejos y manchados, latas de cerveza abiertas y otras sin abrir desparramadas por el suelo. Su cabeza todavía estaba en tránsito, a medio camino entre el mundo digital y el mundo real.
“¡La puerta!,¿Donde está la maldita puerta?“ Con los ojos todavía cerrados, corrió instintivamente hacia la puerta del apartamento tirando al suelo montones de cajas de software que se desmoronaron al golpearlas. Un instinto que se vio anulado cuando sintió que toda la habitación giraba vertiginosamente a su alrededor.

Arlequín, Jordi Armengol Carner

LA FUTURA DIFUNTA

El hombrecillo abrió la puerta y entró; fuera quedó la deslumbradora luz del sol.
Aquel hombrecillo larguirucho, de aspecto simple y ralo cabello gris, rondaría los cincuenta años o poco más. Cerró la puerta sin hacer ruido y se quedó en el lóbrego vestíbulo, en espera de que los ojos se le acostumbraran al cambio de luz. Vestía un traje negro, camisa blanca y corbata negra. Su pálido rostro aparecía sin transpiración a pesar del calor. Cuando sus ojos se hubieron acostumbrado a la penumbra, se quitó el sombrero panamá y avanzó por el pasillo hasta el despacho: sus zapatos negros no hicieron ruido alguno al pisar sobre la alfombra.
El empleado de la funeraria levantó la vista de su escritorio para saludarle.

-- Buenas tardes.
-- Buenas tardes --repuso el hombrecillo, que tenía una voz suave.
-- ¿Puedo ayudarle en algo?
-- Sí --respondió el hombrecillo.
Con un ademán, el empleado de la funeraria le indicó la butaca que había del otro lado de su escritorio y le dijo:
-- Por favor.

El hombrecillo se sentó en el borde de la butaca y dejó el panamá sobre su regazo. Observó que el empleado de la funeraria abría un cajón y sacaba un impreso. Después, retiró una estilográfica negra de su base de ónice, y preguntó:
-- ¿Quién es el difunto?
-- Mi esposa --dijo el hombrecillo.
El empleado de la funeraria emitió un cloqueo de condolencia.
-- Lo siento.
--Ya --replicó el hombrecillo con una mirada inexpresiva.
-- ¿Cómo se llamaba?
-- Marie Arnoid --respondió el hombrecillo en voz baja.
El de la funeraria escribió el nombre.
-- ¿Dirección?
El hombrecillo se la dio.
-- ¿Está ella allí ahora?
-- Si. está allí --respondió el hombrecillo.
El otro asintió.
-- Quiero que todo sea perfecto --dijo el hombrecillo--. Quiero lo mejor que haya.
-- Claro, claro, por supuesto.
-- No me importa lo que cueste --insistió el hombrecillo. Su garganta osciló cuando tragó saliva .
-- Ahora ya no me importa nada. Salvo esto.
-- Lo comprendo --dijo el de la funeraria.
-- Siempre tenía lo mejor. Yo me encargaba de ello.
-- Claro, claro.
-- Asistirá mucha gente --comentó el hombrecillo--. Todo el mundo la quería. Es tan hermosa..., tan joven... Tiene que darle lo mejor. ¿Me comprende?
-- A la perfección --le aseguró el de la funeraria--. Le garantizo que quedará más que satisfecho.
-- Es tan hermosa --repitió el hombrecillo--. Tan joven.
-- No lo dudo --asintió el de la funeraria.

El hombrecillo permaneció sentado, sin moverse, mientras el empleado de la funeraria le formulaba unas preguntas. El tono de voz del hombrecillo no varió mientras hablaba. Sus ojos parpadeaban tan de vez en cuando que el empleado no los vio moverse ni una sola vez. El hombrecillo firmó el impreso ya rellenado y se incorporó. El de la funeraria hizo lo propio y rodeó el escritorio.
-- Le garantizo que quedará usted satisfecho --dijo al tiempo que le tendía la mano.
El hombrecillo se la estrechó. La palma de su mano estaba seca y fría.
-- Dentro de una hora iremos a su casa --le indicó el agente funerario.
-- Perfecto --repuso el hombrecillo.
El empleado avanzó por el pasillo, al lado del cliente.
-- Para ella quiero que todo sea perfecto --dijo el hombrecillo--.Sólo lo mejor.
-- Todo saldrá tal como usted desea.
-- Se merece lo mejor. --El hombrecillo miró al frente con fijeza--. Es tan hermosa. Todo el mundo la quería. Todo el mundo. Es tan joven, y tan hermosa...
-- ¿Cuándo ha muerto? --preguntó entonces el de la funeraria.

El hombrecillo no pareció haberle oído. Abrió la puerta, salió a la luz del sol y se puso el panamá. Había recorrido ya la mitad de la distancia que lo separaba de su coche cuando, con una leve sonrisa en los labios, contestó:

-- En cuanto llegue a casa.

Richard Matheson